CAMINEO.INFO.- En el repaso que hacemos a los puntos del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica que ayudan a enmarcar la moralidad de nuestros actos, hemos visto la dignidad humana y su raíz, el deseo de felicidad y ahora vamos a detenernos en el gran misterio de la libertad humana. Podríamos decir, sin miedo a exagerar, que —al hacernos libres— Dios nos ha dado el más grande de los dones naturales. A la vez, ha querido correr “el riesgo de nuestra libertad”; es decir, Dios prefiere por parte del hombre que le ame libremente, aunque esto comporte que algunos hagan un mal uso de esa libertad, incluso rechazándole.
La libertad es el poder que Dios nos ha dado para ejecutar acciones deliberadas, para hacer una cosa u otra, con la particularidad de que, cuanto más hacemos el bien, más libres somos. Esto quizá pida una explicación, ya que parece que muchos de nuestros contemporáneos no lo ven del todo claro. Que la inteligencia es para conocer la verdad parece una cosa evidente y todos nos alegramos cuando salimos del error en el que hemos caído, por poca atención o por ignorancia. Paralelamente, la libertad —la otra gran potencia del ser humano, junto al entendimiento— es para hacer el bien. No tan sólo para poder decir que puedo hacer el bien o el mal, sino para hacer el bien. Del mismo modo que el entendimiento no es para decir que puedo conocer con acierto o equivocadamente —como si diera igual estar en el error o en la verdad—, sino para conocer la verdad, para acertar: nadie quiere estar equivocado al conocer, nadie debería hacer el mal con la libertad.
¡Qué misterio tan grande este de la libertad! ¡Cuán agradecidos debemos estar a Dios por habernos hecho capaces de amar —que esto es hacer el bien— y de actuar con libertad! A la vez, también debemos pensar que hay cosas que debilitan nuestra libertad. La ignorancia es una de ellas, pero todavía más importante es el pecado. Por eso Cristo nos ha liberado, para que seamos libres, como recuerda san Pablo. O como nos dice san Juan en el evangelio, remarcando que la verdad nos hace libres.
Se ha dicho a menudo que la libertad es como una moneda con dos caras; la de atrás es la responsabilidad. Ser libres no nos da derecho a hacer lo que queramos; puesto que, al actuar libremente, debemos ser capaces de responder de nuestras acciones ante Dios, ante los hombres y también ante nuestra conciencia.
Si queremos ser respetados en nuestra libertad individual, ayudemos a todos a que también la puedan ejercer y se les respete cuando la usan, especialmente a los más débiles y desfavorecidos: es un derecho fundamental, inseparable de la dignidad personal.