CAMINEO.INFO.- Una de las acusaciones que le hicieron a Juan Pablo II fue la de haber convertido el Vaticano en una “fábrica de santos”. Contestó con humor: “La culpa es del Espíritu Santo”. En realidad era también el deseo del Papa de que se visualizara el mensaje central del Concilio Vaticano II: la vocación universal a la santidad. Esa “santidad para todos” es la otra cara de la moneda de la fiesta que acabamos de celebrar: Todos los Santos.
Durante su largo pontificado el papa Wojtyla aprobó 483 canonizaciones y 1345 beatificaciones. Entre los elevados a los altares había personas de todas las razas y de los países más diversos, como correspondía a un mundo cada vez más global.
Quería que cada pueblo pudiera rezar a sus santos y tomar modelo de ellos. Algunos ofrecían un ejemplo muy actual, eran santos del siglo XX, como Maximiliano Kolbe, el padre Pío, Josemaría Escrivà, Edith Stein, sor Ángela de la Cruz, Pere Tarrés… A varios de ellos los había tratado el propio Papa. Con el padre Pío se había confesado. Con la madre Teresa de Calcuta, cuyo proceso inició en cuanto pudo, tenía una sintonía especial, sobre todo desde la visita a su hogar del moribundo en la ciudad india.
Cuando ella falleció, sólo cinco días después de la princesa Diana, el Papa comentó a los asistentes a un almuerzo privado, que le parecía providencial esta coincidencia de fechas. Sentía simpatía por la joven princesa, encumbrada por la fama y los honores que da el mundo, por los paparazzi, que exaltaron su vida y la persiguieron hasta el final, como si les perteneciera. Teresa de Calcuta, a quien la princesa admiraba, también había recibido honores, incluso el Premio Nobel de la Paz, pero vivía completamente ajena a los condicionamientos de la fama, hasta el punto de que, al saber la concesión del Nobel, desapareció durante una semana, para desesperación de periodistas y autoridades.
La Iglesia, cuando proclama santos, no reconoce la fama, sino la identificación con la voluntad de Dios. Es muy consciente de que con ello sólo ofrece botones de muestra de lo que es una vida entregada a Cristo y a los demás. Sabe que hay innumerables personas que viven en santidad, aunque nunca tendrán el reconocimiento, por otra parte innecesario, de la opinión pública. Son santos anónimos, excepto para Dios, silenciosos, que pasan por la vida con un heroísmo que parece natural. Padres y madres de familia, lo mismo que religiosos, sacerdotes y fundadores, que llevan una vida ejemplar, lo que no les evita tener defectos, caerse y levantarse.
El hecho de que Jesús empleara sus treinta primeros años de vida en trabajar en el taller de Nazaret, es un mensaje claro de cómo valora la vida ordinaria, que puede ser perfectamente camino de santidad. Benedicto XVI ha dicho que los santos no son atletas de la vida espiritual, que hacen cosas a las que no tienen acceso el común de las personas. Menos aún son raros. Son vidas orientadas hacia el Señor, y, como las brújulas señalan el norte, con su ejemplo señalan a Cristo en la sociedad en la que viven.