CAMINEO.INFO.- El pasado 6 de enero, celebración de la Epifanía, Benedicto XVI quiso visitar el Hospital Gemelli de Roma en un signo de cercanía a los enfermos. Recorrió diversas salas, como la destinada a niños con espina bífida, y a todos lanzó estas palabras: "Quiero deciros que os quiero mucho y que estoy cerca de vosotros con mi oración y mi afecto, también para daros fuerza al afrontar la enfermedad".
“He querido venir a encontrarme con vosotros para hacer un poco como los Magos, que recordamos en esta fiesta de la Epifanía”, dijo a los niños. “Ellos llevaron a Jesús regalos —oro, incienso y mirra— para manifestarle adoración y afecto. Hoy os he traído también yo algún regalo, precisamente para que sintáis, a través de un pequeño signo, la simpatía, la cercanía, el afecto del Papa".
Con motivo de la Jornada Mundial del Enfermo, que se celebra cada año el 11 de febrero, día de la Virgen de Lourdes, el Papa ya había escrito un mensaje del que tomo hoy ideas muy profundas para mi reflexión semanal.
La primera es que si cada hombre es hermano nuestro, los enfermos aún deben estar más en el centro de nuestra atención, para que ninguno de sienta olvidado o marginado. Esto es tan válido para cada persona como para la sociedad en general. Como escribió el Papa en la Spes salvi, una sociedad “que no sea capaz de contribuir por medio de la compasión a que el dolor sea compartido y soportado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana”.
Benedicto XVI evoca su visita pastoral a Turín, donde pudo rezar ante la Sábana Santa, su contemplación del rostro sufriente reproducido en el lienzo, y cita a continuación aquella escena evangélica en la que Jesús resucitado se aparece a los apóstoles entre los que está —ahora sí— ,Tomás. En ese momento el apóstol incrédulo pone la mano en las llagas de Cristo, se conmueve y pronuncia su confesión de fe: “Señor mío y Dios mío”, la cual aún repetimos nosotros en la Santa Misa. Concluye: “Apreciados enfermos, es a través de las heridas de Cristo cómo podemos ver con ojos de esperanza los males que afligen a la humanidad”.
También para mí, Arzobispo de Tarragona, los enfermos son una prioridad. El día de mi ordenación episcopal mi primera actividad fue ir a ver a un sacerdote hospitalizado. Desde entonces —siempre que puedo— trato de que sientan que les estoy muy próximo y, cuando no puedo acudir a la cabecera de sus camas, rezo por ellos para que Dios les restablezca la salud o les dé fuerza para sobrellevar las cargas que supone la enfermedad. El anterior Papa, Juan Pablo II, tantas veces hospitalizado, fue un ejemplo para todos de aceptación del sufrimiento y de la voluntad de Dios. Amando esa voluntad divina en nosotros el dolor no desaparece, pero cobra un sentido y lo hace mucho más llevadero.
Antes de finalizar quiero agradecer sus cuidados a todas las personas implicadas en la Pastoral de la Salud, que Dios les pagará como prometió hacerlo a quienes visiten a los enfermos, que son un tesoro para la Iglesia.
