CAMINEO.INFO.- “No robarás” exige el Séptimo mandamiento de la Ley mosaica (Ex.20,15) y “No robarás”, repite el Evangelio (Mt, 19,18). Es un mandamiento que no sólo va destinado a lo que la sociedad llama ladrones, sino que tiene un alcance mucho mayor sobre el que hoy me propongo reflexionar, en estas consideraciones sobre el Decálogo.
Una pista de esta mayor amplitud nos la ofrece el Catecismo de la Iglesia Católica cuando, casi al inicio del apartado que le dedica, titula: “El destino universal y la propiedad privada de los bienes”, en el que recuerda que Dios confió la tierra y sus recursos al cuidado de la humanidad no para satisfacción egoísta de unos pocos, sino para disfrute de todos.
La Iglesia, que siempre ha defendido la licitud de la propiedad privada, contra ideologías que pretendían abolirla (y que lo único que lograron fue una sociedad más pobre), también ha abogado siempre por el bien común y ha recordado a los gobernantes de cada momento que tienen obligación de procurarla.
Lo ha hecho con sus enseñanzas, particularmente con lo que se llama la Doctrina Social de la Iglesia, que tiene la cualidad de poner a Dios y a la persona por encima del trabajo y del capital, haciendo una aportación invaluable a la corrección de sistemas colectivistas y capitalistas. Uno de los teólogos más influyentes del Concilio Vaticano II, Henry de Lubac, decía que la crisis de la esperanza en Europa era “un subproducto del drama del humanismo ateo” y que “el olvido de Dios ha llevado a un abandono del hombre”.
Juan Pablo II abordó con frecuencia los temas referidos a la distribución de la riqueza, hasta el punto que incluso sus críticos, que le censuraban ser “conservador en lo moral”, le atribuían ser “avanzado en lo social”. Como muestra de sus mensajes al mundo del trabajo, los sindicatos y los empresarios, bastaría recordar sus alocuciones en Montjuic y en el Camp Nou durante su viaje a Barcelona en 1982.
El Décimo mandamiento hace también referencia a los temas del Séptimo cuando prohíbe codiciar los bienes de los demás, la avaricia, la acumulación de bienes innecesarios, la apropiación inmoderada de bienes terrenos, algo tan familiar al mundo del consumismo y al pecado capital de envidia. Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David le contó la historia del pobre que sólo tenía una oveja, a la que cuidaba como una hija, y del rico que, a pesar de sus numerosos rebaños envidiaba poseer también aquella. ¿No es una metáfora de nuestra sociedad, en la que unos poseen mucho más de lo necesario y aún explotan a personas que apenas tienen lo justo para su supervivencia?
El “no robarás” no sólo prohíbe el delito directo, el que hace alguien que puede ser cogido con las manos en la masa, sino el que especula con operaciones financieras al límite y que por falta de ética compromete los ahorros de muchas personas. La actual crisis financiera mundial tiene su origen en esa falta de moral que denuncian los dos mandamientos a los que hoy hago referencia. La Doctrina Social de la Iglesia no sólo vela por un mundo más espiritual sino también por un mundo más justo.