CAMINEO.INFO.- Con este "A los cuatro vientos" entramos en el tratamiento que hace el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el quinto mandamiento de la ley de Dios que, aunque se formula de manera breve —no matarás— implica muchas actitudes relacionadas con el mayor bien que disfruta la persona humana, el don inmerecido de la vida. Y se trata del bien más grande que poseemos porque la vida humana es sagrada. Desde su inicio supone la acción creadora de Dios y se encuentra siempre en una relación especial con el Creador, su único fin. A nadie es lícito destruir directamente un ser humano inocente, ya que eso es gravemente contrario a la dignidad de la persona y a la santidad del Creador. "No condenes a muerte al inocente o al justo" dice el libro del Éxodo.
En nuestra época y tras tantos siglos de civilización, cabría pensar que el bien de la vida humana debería ser respetado al máximo; pero, con una breve mirada al mundo, vemos que no es así. Quizás en pocas épocas ha habido, y todavía hay, tantas guerras y violencias como en la que nos toca vivir en la actualidad y en el siglo que recientemente hemos terminado; y junto con esto, tantas violaciones del derecho a la vida, especialmente en aquellos más desfavorecidos, los no nacidos, los niños y los ancianos. Es una muestra más sobre el argumento de que el progreso técnico, científico y social, por sí mismo, no conlleva mayor progreso moral ni más auténtico bienestar a los hombres, si no va unido al respeto de los verdaderos valores, entre ellos y ante todo, el de la vida.
La ley moral natural y, más aún, la moral cristiana son positivas y nos ayudan a ver la belleza del bien; por lo tanto, más que hacer listas de desgracias y miserias nos llevan a valorar las acciones buenas y descubrir cómo estas nos hacen mejores. Eso no impide recordar que actos como el homicidio directo y voluntario, el aborto directo, querido como fin o como medio, la eutanasia directa, el suicidio, así como la cooperación en esas acciones, constituyen algunas de las principales agresiones al don de la vida.
Junto a esas graves acciones, una recta visión del valor que este mandamiento preserva —el valor supremo de la vida— nos lleva a tener un razonable cuidado de la salud física, propia y ajena, evitando sin embargo el culto al cuerpo y todo tipo de excesos. Además, hay que evitar el uso de estupefacientes, que causan gravísimos daños a la salud y a la vida humana, y también el abuso de los alimentos, del alcohol, del tabaco y los medicamentos.
Necesitamos poner un mayor énfasis en todo aquello que ayude a promover el primero de todos los dones, el más bello, el más inmerecido, el más frágil, el que nos hace vivir plenamente como hombres y mujeres y como hijos de Dios: la vida.