CAMINEO.INFO.- Hace unos años, concretamente en mayo de 1998, Juan Pablo II nos escribió una carta a todos los cristianos sobre la santificación del domingo que llamó precisamente Dies Domini, Día del Señor. El tercer mandamiento de la Ley de Dios precisamente nos manda santificar las fiestas y —entre ellas— los domingos, día en que conmemoramos la resurrección de Jesús.
Ese día hacemos memoria del descanso de Dios quien, según nos dice el libro del Génesis, tras crear todas las cosas, descansó el último día, y también hacemos memoria de la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto y de la Alianza que Dios contrajo con su pueblo. Ese descanso necesario lo ha recordado hace poco el Santo Padre cuando —dirigiéndose a los sacerdotes que le acompañaban en la clausura del Año Sacerdotal— nos decía que hay que aprender a descansar. Jesús mismo, con su autoridad divina, reconoce la santidad del sábado y da una interpretación auténtica: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado”.
El descanso del sábado, que es lo que manda la Biblia, ha sido sustituido por el del domingo, porque el domingo es el día de la Resurrección de Cristo. Como “primer día de la semana” evoca la primera creación; como “octavo día”, que sigue al sábado, significa la nueva creación inaugurada con la Resurrección de Cristo. De esta manera se ha convertido, para los cristianos, en el primero de todos los días y de todas las fiestas: el día del Señor, en el que Él, con su Pascua, da cumplimiento a la verdad espiritual del sábado judío y anuncia el descanso eterno del hombre en Dios.
Por lo tanto, necesitamos aprender a santificar el domingo. Los cristianos santifican el domingo y las demás fiestas de precepto participando en la Eucaristía del Señor, que tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia; también absteniéndose de aquellas actividades que impiden dar culto a Dios y perturban la alegría propia del día del Señor o la necesaria distensión de la mente y del cuerpo. Se permiten las actividades ligadas a necesidades familiares o servicios de gran utilidad social, a condición de que no creen hábitos perjudiciales para la santificación del domingo, la vida de familia y la salud. Tal y como nos recordaba Juan Pablo II en la carta Dies Domini ese día es también una oportunidad muy buena para dedicarse a obras de misericordia, de caridad y de apostolado.
Y todo eso no es patrimonio sólo de los cristianos. Con respecto a la libertad religiosa y al bien común hay que esforzarse para que se reconozcan esos días festivos como días festivos legales, allí donde eso no ocurre. Así se dará a todos la posibilidad real de disfrutar del reposo suficiente y del tiempo libre que permitan cuidar la vida religiosa, familiar, cultural y social; de disponer de un tiempo propicio para la meditación, la reflexión, el silencio y el estudio; de dedicarse a las buenas obras, en particular en favor de los enfermos y los ancianos. ¡Descansamos más y mejor cuando nos ocupamos de los demás!
