CAMINEO.INFO.- Ante un título semejante, es posible que surja la pregunta: ¿Qué diferencia puede haber entre las vacaciones de un cristiano y las de cualquier otra persona? La respuesta podría ser que un cristiano lleva en la roulotte de sus vacaciones la fe. No puede dejársela en casa, para recuperarla a la vuelta, tras unas semanas de despreocupación o de fiebre viajera, o de quietud de hamaca.
El descanso es necesario para quien trabaja, y ojalá que muchas personas puedan encontrar unos días de asueto también en medio de la crisis que afecta de lleno o salpica a tantos. Pero el descanso no sólo no resulta incompatible con la práctica cristiana, sino que un cristiano consecuente necesita de ella si quiere pasárselo bien. Quizá cambie de horario, o cambie de parroquia si se desplaza, pero la referencia a Cristo la encontrará en cualquier humilde templo o en una catedral, o en esa catedral natural que son los paisajes, que parecen hechos para la contemplación y el disfrute del ser humano.
Personalmente me encanta la montaña, por lo que no me extraña la atracción que tiene sobre mucha gente y la que ejercía sobre Juan Pablo II, que la visitaba a menudo cuando estaba en Polonia, y también, a veces de incógnito, cuando ya era Papa y los desplazamientos no resultaban tan fáciles.
El Papa actual es menos deportista, pero Benedicto XVI también ha disfrutado de pasear por los senderos del Valle de Aosta y contemplar la cercanía de los Alpes. Quien fuera portavoz de dos pontífices, Joaquín Navarro Valls, nos ha referido como era un día de esos: el Papa Ratzinger se levantaba muy pronto para hacer un largo rato de oración; a continuación celebraba la misa y, tras haber tomado el desayuno, interpretaba a Mozart en el piano unos diez minutos. La mayor parte de la jornada escribía, por ejemplo, su libro sobre Jesús de Nazaret, y al caer de la tarde se entregaba a un largo paseo entre los bosques, lo que acompañaba con el rezo del rosario.
Las circunstancias son distintas para cada veraneante. Para la mayoría será una ocasión de vivir en familia estos días, gozando del descanso y del cultivo de aficiones imposibles en otros momentos del año. Siempre teniendo en cuenta los gustos de los demás —no sólo los propios— y siendo conscientes de que hay que disfrutar de cada momento, de cada pequeña situación que se presente, con el corazón agradecido a Dios.
Vivir como cristiano no significa hacer una vida al margen, ni exige sacrificar las ilusiones lícitas; por el contrario, debe llevar a apreciar todo lo bueno que hay en el mundo, a buscar la felicidad, a estar contento..., sabiendo, eso sí, que sólo lo estaremos si somos consecuentes, si no estamos interiormente divididos, sino en paz con Dios y con el bello mundo que Él creó.