CAMINEO.INFO.- El último de los comentarios al Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, antes de adentrarnos en la explicación de los Mandamientos, nos lleva a reflexionar sobre cómo la Iglesia, que tiene que nutrir la vida moral del cristiano, lo hace como una madre y como una maestra. La Iglesia tiene este deber de intervenir en el campo moral porque predica una fe que hay que encarnar, que se hace vida en la existencia de los cristianos. Incluso debe hacerlo en aquellas prescripciones específicas de la ley natural, dado que su observancia es necesaria para la salvación.
Este hecho lleva a un cierto número de gente a no entender a la Iglesia, pensando que su misión debería ser particular, reservada a los creyentes, reducida al ámbito de la conciencia personal. Es un campo más de la incomprensión que, a veces, manifiestan los hombres con respecto a la comunidad eclesial. Me gusta, en estas ocasiones, considerar que, al igual que ocurre con las vidrieras góticas, pasa con la Iglesia: sólo se ven bien y se entienden sus colores y dibujos desde dentro del templo, cuando el sol las ilumina por fuera y desde el interior lucen maravillosamente.
Pienso que la clave para entender y aceptar a la Iglesia —y a su enseñanza moral— es darse cuenta de que si renunciamos a ella no conoceríamos a Cristo. Todo lo que sabemos de Jesús lo sabemos por la Iglesia y si en ella encontramos defectos —no podría ser de otra manera, ya que está formada por hombres y mujeres y todos somos pecadores— eso indica que con la Iglesia también hay que tener paciencia, como procuramos tenerla entre nosotros. Nos puede ayudar a entender esto el hecho frecuente de que un canal que lleva agua limpia puede no estar tan limpio como el agua que lleva.
Amamos a la Iglesia que es nuestra madre, y que a veces tiene que hacer también de maestra y los maestros en ocasiones han de ser fuertes y exigir. El Santo Padre —clausurando el Año Sacerdotal hace un mes— decía que el Magisterio ha de proteger la fe contra los farsantes, contra las orientaciones que son, en realidad, desorientaciones. El uso de la fortaleza es un servicio de amor. Recordémoslo: sin la Iglesia no tendríamos a Cristo, y a quien destaque algún elemento negativo en la vida eclesial habría que recordarle que en veinte siglos son infinitamente más las cosas positivas que las negativas.
Por eso la Iglesia tiene también unos mandamientos, cinco concretamente, que tienen como finalidad garantizar a los fieles aquellos mínimos indispensables en la vida de oración, en la participación sacramental y en el compromiso moral y de crecimiento en el amor a Dios ya los demás. Procuremos cumplirlos sabiendo que son una guía pero también un mínimo, y pensemos que, cuando amamos, no tenemos que conformarnos solamente en cumplir sino en excederemos gustosamente, ya que el amor no conoce límites.
