“Caminante, sí hay camino”,

CAMINEO.INFO.- Más de una vez me ha sucedido en alta montaña tener que hacer un tramo de la ascensión o del descenso sin que pudiera seguir un camino. Resultaba complicado y hasta peligroso cuando la maleza, el boscaje, la nieve o el hielo te metían en puntos perdidos de difícil vuelta atrás, con precipicios o extravíos. Ni los mapas, ni las brújulas o GPS, ni la experiencia de atrás sirven cuando no hay camino. Y se pone a prueba tu pericia, tu paciencia, tu intuición… y el cable que te echa el ángel de la guarda.

La vida misma nos ofrece esta misma experiencia. Una cosa es andar por los caminos trillados, esos que a diario recorremos, con la gente habitual al lado, y con el destino consabido sin especial sobresalto. Pero otra cosa es tener que adentrarte en mundos tan nuevos que son desconocidos, con nueva compañía en la andadura, y sin que la meta se te presente próxima o evidente. Es la aventura de saberse vivos, audaces y confiados, tratando de sortear ambos momentos sin caer en ninguno de los extremos desaconsejados: ni la inercia aburrida y escéptica en los senderos conocidos, ni la imprudencia irresponsable y atrevida en los que por primera vez pisan tus pies.

Me viene esta reflexión al hilo de una jornada que celebramos en este primer domingo de julio, que ha organizado la Comisión Episcopal de Migraciones: Caminos de esperanza y de seguridad. Nos recuerda que este año es jubilar compostelano. El Camino de Santiago es una realidad religiosa, cultural, personal y comunitaria, de un gran significado. Como peregrinación es expresión de la vida como viaje y camino.

Algo análogo podríamos decir de los desplazamientos de un lugar a otro tan frecuentes y tan propios de la vida moderna. Así como las peregrinaciones están presentes en la práctica totalidad de las tradiciones religiosas de la humanidad manifestando la presencia de lo sagrado en el mundo, también nuestros desplazamientos diarios suponen no sólo un desplazamiento físico de un lugar a otro, sino que conlleva una dimensión espiritual, porque el viaje relaciona a las personas, contribuyendo a la realización del designio de amor de Dios. En verano, millones de personas se desplazan para iniciar sus vacaciones o concluirlas, sin olvidarnos de los que diariamente lo hacen por motivos laborales y sociales.

Pues bien, es evidente que cuando nos ponemos en camino, tenemos la esperanza de llegar felizmente a nuestros destinos. Pero esto, desgraciadamente, no siempre sucede así. Los expertos en seguridad vial pronostican que, en el 2015, los accidentes de tráfico podrían convertirse en la principal causa de discapacidad entre niños y jóvenes de todo el mundo. De los 1,2 millones de personas que anualmente pierden la vida en accidentes de tráfico en el mundo, casi la tercera parte son jóvenes menores de 25 años.

El Pontificio Consejo de Migrantes e Itinerantes invitaba a la esperanza a los viajeros: «llegar seguro al destino, para hacer negocios o gozar de la naturaleza, visitar lugares famosos o que despiertan recuerdos, o abrazar de nuevo a las personas queridas. Para los creyentes, la razón de esa esperanza, incluso teniendo en cuenta los problemas y los peligros de la carretera, se funda en la certeza de que, en el viaje hacia una meta, Dios camina con el hombre y lo preserva de los peligros. En virtud de esta compañía de Dios y gracias a la colaboración del hombre, el viajero llegará a su destino».

Con esperanza y gozo, hagamos el camino de la vida dando gracias y dejándonos acompañar por el Señor de nuestras almas, Verdad y Vida, pues es el Camino.