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Sesenta velas de gratitud |
CAMINEO.INFO.- Jesús Sanz Montes, ofm |
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Sesenta velas de gratitudSun, 10 Jul 2011 07:32:00 Jesús Sanz Montes, ofm
CAMINEO.INFO.- No es una plegaria vacía la que cada día hacemos al pedir por el Papa en la celebración de la Santa Misa. No responde tampoco a una rutina piadosa que sirve para poco o para nada. Es nuestro humilde modo de acompañar a quien como Sucesor de Pedro nos acompaña, con-firmando la fe de nosotros sus hermanos, tal y como le confió Jesús al primer Papa. El pasado 29 de junio, en la festividad de San Pedro y San Pablo, Benedicto XVI cele-braba un jubileo especial al llegar los sesenta años de su ordenación sacerdotal.
Nosotros lo hicimos como Diócesis y con todo el Presbiterio, cuando días atrás celebrá-bamos el jubileo de los que en este año cumplen cincuenta o cumplimos veinticinco años de nuestra ordenación sacerdotal.
Ya sabemos que las fechas no añaden densidad a lo que con el pasar de los años se cele-bra cuando recordamos un evento importante. Es lo que cada año sucede con el aniversario de nuestro nacimiento. Y sin embargo, el recuerdo como tal, la efemérides de que se trate, sí que nos permite mirar lo recordado con una mirada llena de gratitud, y también con un sencillo y responsable balance.
En el caso del Santo Padre, ni él ni nadie podría imaginar todo lo que vendría después de aquella fecha del 29 de junio de 1951. Llegado al seminario en momentos complicados de una guerra mundial cruel apenas concluida en su Alemania natal, él ingresará en el Seminario. Recordará en medio de la destrucción que por doquier espantaba, que hay algo más grande que no lo pueden derribar ni siquiera las bombas que hacen caer las casas y que explotan tam-bién en el corazón. Pero hay algo, que sólo Dios lo mantiene en pie, sólo el Señor lo defiende, y nadie es capaz de abatirlo sea cual sea la impostura de su terror tan absurdo como asesino.
El entonces joven Joseph Ratzinger se asomaba a un mundo así de frágil e incierto, en-treviendo la solidez y la esperanza que asisten a las cosas de Dios y al mundo que Él quiere con nosotros construir. Escribirá años más tarde, recordando al pequeño grupo de seminaristas que comenzaron sus estudios eclesiásticos, que “éramos felices porque éramos libres y está-bamos en el camino al que nos sentíamos llamados; sabíamos que Cristo era más fuerte que la tiranía, que el poder de la tiranía nazi… sabíamos que el tiempo y el futuro pertenecen a Cris-to… sabíamos que la gente de aquellos tiempos cambiados esperaba sacerdotes que llegaran con un nuevo impulso de fe para construir la casa viva de Dios”.
Todo estaba aún por escribir, y sin embargo ya tenía Joseph Ratzinger esa certeza in-dómita de que cuanto había que construir era más grande y duradero, que el espectáculo des-tructivo del odio que había sembrado una vez más el error y el horror que cercena la libertad, apaga la esperanza, enfrenta a los hermanos y siega sus vidas en nombre de la nada.
Todo por escribir, sí, pero en el Corazón de Dios ya estaba escrito y elegido. Sólo que-daba que la libertad de aquel joven se pusiera a disposición del plan divino. Sesenta años des-pués, por cuántos motivos podemos dar gracias a Dios al mirar a quien nos preside en la cari-dad a toda la Iglesia universal como Obispo de Roma. Son sesenta velas que jubilosamente soplamos con brisa de gratitud rendida, con afecto filial sincero y con nuestra oración nueva-mente ofrecida. Ad multos annos! ¡Por muchos años más, Santo Padre! Que nos siga confirmando en la fe de Jesucristo que la Iglesia custodia y proclama como buena noticia para nuestra genera-ción. Que nos diga con belleza lo hermoso que es el camino cristiano. Que nos testimonie con fortaleza la verdad que nos hace libres.
Recibid mi afecto y mi bendición.
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