CAMINEO.INFO.- Queridos hermanos y amigos: Paz y Bien.
Hizo su testamento también él. No dejaba patrimonios económicos ni bursátiles; ninguna herencia en tierras o inmuebles. Y sin embargo en aquellas breves letras escritas en pergamino medieval, se leía una palabra que continuamente repetía, la que más veces escribió después de la de Dios: los hermanos. Incluso acertó a escribirlas juntas como si fuera una precisa y preciosa síntesis: el Señor me dio hermanos. Esta es la herencia del más bello testamento.
Era San Francisco de Asís, el Hermano universal que recordó con su propia vida fraterna que ésta es posible cuando nos reconocemos como hijos antes un Padre común: Dios. Personalmente siempre me sentí regalado por esa hermosa parábola viviente: no estoy solo, necesito de esos hermanos que el Señor me quiere poner al lado. No los que conquisto yo, no los que pueda pagar para hacerles serviles de mis pretensiones, sino los que el Señor me quiera regalar, inmerecidamente, como ayuda fraterna para mi pequeñez. Así lo he vivido y así lo vivo a través de los distintos derroteros en los que la Divina Providencia me ha ido situando a lo largo de mi biografía humana, cristiana y vocacional.
En estos días del adviento, he podido asistir como Obispo a un episodio más, que sin embargo es único e irrepetible, de esta gracia de la fraternidad. Sí, el Señor me ha dado hermanos en el ministerio sacerdotal. En la Diócesis de Oviedo y en la de Huesca, he podido ordenar a dos diáconos y un presbítero en la tierra asturiana (Enrique, Roberto y José Manuel), y un diácono en la del altoaragón (Manuel).
No son míos, ni para mí, sino hermanos a mi lado, para juntos poder servir al Pueblo que Dios nos ha confiado. El diaconado es ese primer grado del ministerio sacerdotal con el que el elegido es enviado para proclamar y predicar el evangelio, distribuir algunos sacramentos, y tener para con los pobres a los que se les envíe una entrega llena del amor que reconocemos en Jesucristo nuestro Maestro. En el caso de los tres diáconos que he podido ordenar, se trata de un camino hacia el sacerdocio que dentro de unos meses podrán recibir.
El presbiterado es propiamente ya el sacerdocio como tal. En comunión con el Obispo y con todos los demás sacerdotes que forman el presbiterio en una Diócesis, el nuevo sacerdote ejerce sus funciones en nombre de Dios, desde la encomienda que le hace la Iglesia y para bien de la comunidad cristiana que se le confía: los sacramentos, la predicación, los enfermos, la catequesis, la administración integral de una comunidad, el acompañamiento humano y eclesial de las personas a su cuidado, etc.
Es sin duda un regalo grande para todos nosotros poder asistir a esta nueva entrega del inagotable amor de Dios, que quiere venir en ayuda de nuestra necesidad como Iglesia particular, bendiciéndonos con estos jóvenes hermanos que ofrecerán lo mejor de sí mismos para dar gloria al Señor y para ser un don ante aquellos que de tantos modos acompañarán eclesialmente. Lo digo siempre en las celebraciones que presido en cualquier lugar de nuestras Diócesis de Oviedo, de Huesca o de Jaca: que necesitamos pedir incesantemente al Señor que nos dé vocaciones, que mueva el corazón de nuestros jóvenes para que respondan a la llamada recibida, que no nos falten jamás sacerdotes que acompañen nuestros pasos encendiendo la luz de Dios en nuestras penumbras, fortaleciendo nuestra debilidad con la gracia de los sacramentos, iluminando nuestras dudas con la verdad de la Palabra de Dios, ofreciéndonos con el afecto y la amistad el gozo de sabernos hermanos.
Doy gracias al Señor por este regalo. Agradezco a sus familias, a sus amigos y a cuantos han intervenido en la historia vocacional de sus vidas, lo que han hecho para que este momento llegue para ellos y para nosotros. El Señor nos ha dado hermanos. Enhorabuena.