CAMINEO.INFO.- Habían saltado las alarmas. Parecía que los paladines de la tolerancia que usan con fruición de la intolerancia habían estado jaleando semanas atrás el ambiente para asustar cínicamente, para amagar amenazantes. Decían que el Papa Benedicto XVI no debería ir a Gran Bretaña, que sería non grata la visita, y paralelamente a las cautelas agresivas, se organizó –eso exactamente: se organizó– toda una batería de ataques a través de conocidos militantes del ateísmo resentido que creen fervientemente en sus naderías. Y una vez más, la realidad ha sido sorprendente en lo que nos ha venido a contar.
Me ha llamado la atención el interés con el que ese gran pueblo de madura democracia y de sabia cultura dialogante, ha acogido a Joseph Ratzinger, Sucesor de Pedro. La monarquía británica, el parlamento, los intelectuales, los miembros de otras confesiones cristianas y de otras religiones, los jóvenes, los obispos, sacerdotes, religiosos, las familias… Para todos y cada uno ha tenido una palabra que decirles bondadosa y verdadera a la vez, incluso cuando la palabra era bronca. El pueblo real (no el de las ideologías que lo hacen virtual), ha acudido a escuchar la palabra dulce, libre, valiente, verdadera del Papa. Una palabra que goza de la belleza en el decir, la hondura en las cuestiones que aborda, y la sencillez pedagógica con la que este maestro enseña. Belleza, profundidad y pedagogía son tres características de su magisterio.
Una vez más el Benedicto XVI ha hablado al mundo católico y a quien le haya querido escuchar con buena voluntad, abordando los grandes temas que son luminosos en la tradición católica o que nuestro pecado incoherente los ha oscurecido. El Papa ha hablado con enorme libertad, con respeto, con amor, mirando a las personas, a quienes ha tenido delante.
Como sucedió con Jesús cuando hablaba a las personas y a las muchedumbres, había un punto común en el que fácilmente se podían encontrar los verdaderos intereses en torno a lo que nos emociona, lo que nos asusta, lo que nos alegra, lo que nos abruma, lo que nos esperanza, lo que nos permite soñar, querernos, colaborar. Por el corazón de las personas y de las muchedumbres pasaban las trampas, las certezas, las dudas, las virtudes, las corrupciones. Ahí están con su nombre, su domicilio y su edad, las cosas que nos hacen ser verdaderos sin ficción y sin maldades, las que nos hacen tramposos en indebidas pretensiones, las que nos permiten seguir esperando con deseos por cumplir y las que nos condenan al triste escepticismo. De todo eso hablaba Jesús cuando iba de un lado a otro anunciando su Evangelio.
El Papa no ha hecho algo distinto. Si ha hablado de la vida en todas sus fases, de la familia como la familia es, de la libertad religiosa fundamento de toda libertad, de la justicia y los valores democráticos de nuestra sociedad, no lo ha hecho como bufón que tiene que repetir consignas de partido para que le mantengan el sueldo, las dietas y el coche oficial. Incluso cuando lo que se dice –como es el caso del Papa– se escucha con sonrojo por evidenciar nuestras contradicciones, o nos reclama a volver a una fidelidad gozosa y convertida, o nos ayuda a mirar las cosas de nuestra generación con responsabilidad y afecto, incluso entonces, vale la pena escuchar a un maestro.
Una vez más, lo que el Sucesor de Pedro ha dicho en un viaje apostólico podremos leerlo con provecho en el aquí y ahora de nuestro pueblo. Gracias, Santo Padre por hablar palabras que necesitamos recordar en nuestros olvidos, o en nuestras tercas resistencias atrevernos a estrenar. Una Buena Noticia que vale la pena escuchar.