CAMINEO.INFO.- Jesús prometió a sus discípulos que les daría el Espíritu Santo. El día de Pentecostés se cumplió esta promesa. Los apóstoles, reunidos con María y en actitud de oración, recibieron el Espíritu Santo. Nos lo recuerda este fragmento bíblico: “Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería”.
En la historia de la salvación, la venida del Espíritu Santo significa la transferencia que Jesús hace de su propio Espíritu y de su misión –recibida del Padre- a la Iglesia que nace y que empieza a expandirse aquel día de Pentecostés. Resuenan con fuerza aquellas palabras del Señor resucitado dirigidas a sus discípulos: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo”.
En realidad, sólo después de la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés, los apóstoles salen hacia todos los horizontes del mundo para iniciar la gran obra evangelizadora de la Iglesia. Pedro rebosa de Espíritu Santo para hablar al pueblo sobre Jesús, Hijo de Dios. El mismo Pablo rebosa de Espíritu Santo antes de entregarse a su ministerio apostólico, del mismo modo que Esteban, lleno del mismo Espíritu, es elegido para la diaconía y, más adelante, para el testimonio de la sangre. Sin embargo, el Espíritu que hace hablar a Pedro, Pablo y los doce, inspirando las palabras que han de pronunciar, desciende también “sobre los que escuchan la palabra de Dios” en la Iglesia naciente, y siempre.
El día de Pentecostés es muy importante. Es la Pascua del Espíritu. Gracias a la fuerza del Espíritu Santo crece la Iglesia. Él es el alma de esta Iglesia que desde el primer Pentecostés se expande de Oriente a Occidente del universo. Él es quien explica a los fieles el sentido profundo de la enseñanza de Jesús y su ministerio. Es él quien hoy, como en los inicios de la Iglesia, actúa en cada cristiano que se deja poseer y conducir por él, ya que por el bautismo somos templos del espíritu Santo.
Es muy acertada la coincidencia de Pentecostés con la jornada de la Acción Católica y del apostolado seglar. El Espíritu Santo mueve los corazones de los laicos cristianos para que aumente la conciencia de su compromiso bautismal y se entreguen activamente a la misión de la Iglesia. Esta participación la realizan en el seno de las comunidades eclesiales pero especialmente en medio del mundo.
Si el Espíritu Santo ocupa un lugar eminente en toda la vida de la Iglesia, es en la misión evangelizadora de ésta donde actúa sobre todo. El Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización. Los laicos, movidos por el Espíritu, ejercen su apostolado individualmente y asociados entre ellos. Son dos formas de participar en la misión de la Iglesia.
Este año las diócesis de Cataluña celebran el Aplec de l’Esperit, reuniendo multitud de jóvenes en Terrassa con este lema: “Con vosotros cada día”. Es el Espíritu que Jesús resucitado da a todos los bautizados para que habite en nuestros corazones y nos inspire y nos fortalezca para dar testimonio del Señor resucitado con la vida y las palabras a las personas que tenemos al lado.
Estos jóvenes reunidos por el Espíritu han de trabajar haciendo que la pastoral diocesana sea más evangelizadora y eso especialmente en el mundo de los jóvenes. Estos buscan sentido a la vida y quieren ser felices. Los jóvenes cristianos han de facilitar a sus compañeros y amigos un encuentro personal con Jesús que es el único que puede dar sentido pleno a sus vidas.