CAMINEO.INFO.- Pilato preguntó a Jesús: “¿Eres tú el rey de los judíos?” Él le respondió con esta afirmación: “Mi realeza no es de este mundo”. Para todos los cristianos, Jesucristo se nos presenta como verdadero rey, pero de una manera original y diferente a como son los reyes de este mundo.
Jesucristo llevó a cabo el misterio de la redención de los hombres y sometió a su poder a toda la creación. Dios quiso fundar todas las cosas en su Hijo amado. Pero, a la vez, nuestro creador confió a la humanidad la obra de la creación, como nos lo recuerda el libro del Génesis con estas palabras: “Creced, multiplicaos y dominad la tierra”.
Es verdad que los cristianos vivimos en una situación constante de tensión entre el más allá definitivo y el más acá fugaz, pero presente, actual, vivido ahora y aquí. La fe nos dice que hemos de orientar toda nuestra vida hacia las cosas de arriba, hacia aquel conjunto de realidades celestiales que Cristo ya posee plenamente. No obstante, a la vez, hemos de ser fieles al mundo que Dios nos ha confiado y es preciso que tengamos una prontitud diligente hacia la tierra, trabajándola con buen ánimo.
Sabemos que la salvación de Jesucristo no se identifica con la promoción humana. Pero no podemos olvidar estas palabras del Concilio Vaticano II: “Aunque el progreso terrenal ha de distinguirse cuidadosamente del crecimiento del reino de Cristo, con todo, porque puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa muchísimo al reino de Dios. El reino ya está presente en esta tierra, pero cuando el Señor vendrá entonces será consumado”.
Es aquí en la tierra donde se deciden los destinos eternos y donde se prepara la tierra nueva y el cielo nuevo hacia el que caminamos. Así pues, hay que evitar el divorcio entre la fe que profesamos y la vida cotidiana y de presencia responsable y comprometida en el mundo.
La voluntad de Dios y la realeza de Cristo sobre la creación sólo se van realizando progresivamente a medida que los hombres ponen las cosas creadas al servicio real de toda la humanidad. Estamos llamados a ser constructores del Reino con el anuncio de la buena nueva de la salvación y con la promoción de los valores de la verdad, de la libertad, de la justicia, de la solidaridad, de la dignidad humana y de la comunión fraterna.
Dios ha dado la tierra a todo el linaje humano para el mantenimiento de todos sus habitantes, sin excluir ni privilegiar a ninguno. Aquí se encuentra la raíz primera del destino universal de los bienes de la tierra. El mundo, por su gran fecundidad y por su necesidad de satisfacer las necesidades del hombre, es el primer don de Dios, destinado al sostén de la vida humana.
El apóstol Pablo dice que “el reino de Dios es de justicia, paz y alegría en el Espíritu”. Y San Cirilo de Alejandría nos dice que “sólo un corazón puro puede decir con seguridad. ‘Venga a nosotros tu Reino”. Aquel que se mantiene puro en sus acciones, en sus pensamientos y en sus palabras, puede decir a Dios: “Venga a nosotros tu Reino”.
Los cristianos hemos de distinguir entre el crecimiento del reino de Dios y el progreso de la cultura y de la sociedad en la que están comprometidos. Esta distinción no es una separación. La vocación del hombre a la vida eterna no suprime sino que refuerza su deber de poner en práctica las energías y los medios recibidos del Creador para servir en este mundo a la justicia y a la paz.