CAMINEO.INFO.- La Iglesia siempre ha de ser misionera, porque existe para evangelizar. Ésta es su razón de ser. Hoy esta tarea esencial de la Iglesia es muy necesaria y urgente. Juan Pablo II lo afirmaba hace unos años en una encíclica sobre las misiones, al hacer esta observación: “Tres cuartas partes de la humanidad -formada en su mayoría por jóvenes- no conocen a Jesucristo ni su programa de vida y de salvación para el hombre”. El número de los que todavía no conocen a Jesucristo ni forman parte de su Iglesia aumenta constantemente, porque también la humanidad va aumentando numéricamente. Así pues, es muy evidente la urgencia de la misión.
La evangelización se ha de realizar por todas partes. Sin embargo, hoy, con motivo del Domund, la Jornada Mundial para las Misiones nos hace pensar más en concreto en el anuncio de Jesucristo en los países a los que son enviados los misioneros.
La universalidad de la salvación no significa que sea confiada tan sólo a los que, de forma más explícita, creen en Cristo y han entrado en la iglesia. Si se destina a todos, la salvación ha de estar de verdad a disposición de todos. El Concilio Vaticano II afirma que “Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. Por eso hemos de creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma que tan sólo Dios conoce, se asocien al misterio pascual”.
Hemos de recordar aquellas palabras de san Pablo que hacen referencia directa a la misión y a los misioneros: “¿Cómo podrán invocar a Dios sin conocerlo? ¿Y cómo podrán creer en Él sin que les haya sido anunciado?”. Los misioneros son necesarios, y es una vocación que requiere mucha generosidad y confianza en Dios. Hoy la Iglesia continúa enviando misioneros y misioneras para que anuncien bien explícitamente a Jesucristo, Dios y hombre, muerto y resucitado, salvador de todos, hombres y mujeres.
El lema del Domund de este año es éste: “La Palabra de Dios, luz para los pueblos”. La Palabra de Dios es un bien para todos los hombres que la Iglesia no ha de conservar sólo para sí misma, sino que ha de compartir con alegría y generosidad con todos los pueblos y culturas, para que también ellos puedan hallar en Jesucristo el camino, la verdad y la vida.
El reciente Sínodo episcopal sobre la Palabra de Dios “reafirma la urgencia de la misión ad gentes también en nuestro tiempo”. Se trata de un anuncio de la Palabra de Dios que ha de ser explícito, hecho no sólo dentro de nuestras iglesias, sino por todas partes, y ha de ir acompañado por el testimonio coherente de vida, la cual hace evidente su contenido y lo refuerza.
Participar en la misión de la Iglesia es un deber de todos los cristianos. Pero es el hecho de contemplar a Jesucristo, el primero y más gran mensajero, lo que nos transforma en misioneros en casa o en el mundo entero. Nos hace tomar conciencia de la voluntad de Jesús de dar la vida eterna, tal como recuerda el apóstol Pablo: “Dios quiso que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. El Papa afirma que “la misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros”.
Esta pasión por Jesucristo suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera que no podrá ser delegada a unos pocos especialistas, sino que acabará implicando la responsabilidad de todos los miembros del pueblo de Dios, ya que quien ha encontrado de verdad a Cristo no puede quedárselo para sí mismo: ha de anunciarlo.