En la carta a los seminaristas que Benedicto XVI publicó el 18 de octubre del año 2010, explica una anécdota que me parece que resulta oportuna con motivo del Día del Seminario que se celebra este domingo. Explica el Santo Padre que, en diciembre de 1944, cuando lo llamaron al servicio militar, el comandante de la compañía les preguntó a cada uno de los llamados qué querían ser en el futuro. Él respondió que quería ser sacerdote católico. Y el subteniente replicó: “Pues has de escoger otra cosa. En la nueva Alemania ya no hacen falta sacerdotes”.
También hoy hay mucha gente que de una manera o de otra piensa que el sacerdocio católico no es una profesión con futuro, sino que más bien pertenece al pasado. “Vosotros, queridos amigos – dice Benedicto XVI a los seminaristas de hoy -, habéis decidido entrar en el Seminario y, por tanto, os habéis puesto en camino hacia el ministerio sacerdotal en la Iglesia católica, en contra de estas objeciones y opiniones. Habéis hecho bien. Porque los hombres, también en la época del dominio tecnológico del mundo y de la globalización, continuarán teniendo necesidad del Dios que se ha manifestado en Jesucristo y que nos reúne en la Iglesia universal para aprender con él y por medio de él lo que es la vida verdadera”.
El Día del Seminario, este Año de la Fe, tiene como lema “Sé en quien he creído”. Son unas palabras de San Pablo en la segunda carta a Timoteo, su hijo espiritual y discípulo. El contexto de estas palabras nos lleva a un momento en que Pablo se siente solo, encarcelado y próximo a la muerte, momento en que se reafirma en su vocación de apóstol de Jesucristo, de heraldo y maestro del Evangelio. “Por este motivo –le dice a Timoteo- estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo porque yo sé bien en quien tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar hasta el último día el tesoro de la fe que me ha sido confiado” (2Tm 1, 11-12).
Con motivo del Día del Seminario, creo necesario recordar que las vocaciones sacerdotales son un gran don de Dios para la Iglesia y para el mundo. Sin sacerdotes, la Iglesia no podría vivir aquella obediencia fundamental que se sitúa en el corazón mismo de su existencia y de su misión en la historia. Si a la comunidad cristiana llega a faltarle el sacerdote, ésta se encuentra privada de la presencia y de la función sacramental de Cristo, como cabeza y pastor, que es algo esencial para la vida de la misma comunidad.
El ministerio ordenado es indispensable para la Iglesia. Por tanto, aunque haya una penuria de sacerdotes, sobre todo en los países europeos, no hay que perder nunca la certeza y la confianza de que Dios sigue suscitando hombres que, como testigos de Jesucristo, se consagren totalmente a la celebración de los santos misterios, a la predicación del Evangelio y a mantener viva la llama de la fe en las comunidades cristianas. Pidámoslo al Señor, especialmente en el Día del Seminario.