CAMINEO.INFO.- La fiesta del Corpus Christi pone ante nosotros la realidad central de la fe cristiana: el amor salvador del Señor en nuestro mundo. “Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la Cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado “hasta el fin”(Jn 13,1)… En su presencia Eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros, como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor”(CIC, 1380).
Esta fiesta, que tiene su manifestación popular en la procesión por las calles, es una fiesta de la fe, pues sólo ésta nos ayuda a ver a Jesucristo a través de los signos. Como cantamos en uno de los himnos de este día: “la vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces, sólo con el oído se llega a tener fe segura; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada más verdadero que esta palabra de Verdad”(CIC, 1381). Quien guiado por la fe acoge la presencia de Cristo, comprende su amor en cada uno de los hombres, con los que ha querido identificarse: “he tenido hambre, y me habéis dado de comer; he tenido sed, y me habéis dado de beber… forastero… desnudo… enfermo… encarcelado…”(Mt 25,35-36).
Por todo ello, el día del Corpus Christi es el día de la Caridad. Una palabra que revela el amor salvador de Dios, más fuerte que la injusticia y que la muerte. Todos constatamos las dificultades que genera la crisis económica que nos afecta. Gastamos nuestras fuerzas en denunciar las consecuencias de una economía que muchas veces tan solo busca el éxito fácil. Mucho se ha dicho y se ha escrito al respecto. Pero ahora lo más urgente no son las palabras sino los hechos.
La actual crisis económica debe ayudarnos a los cristianos a recobrar el verdadero significado de la caridad, a la que el Papa Benedicto XVI ha dedicado una encíclica, “Caritas in veritate”. En ella nos dice que “la caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo mío al otro; pero nunca carece de justicia… no puedo dar al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás es, ante todo, justo con ellos”(nº 6). Una propuesta que señala que las relaciones entre las personas deben ser regidas por la justicia, pero esto no es suficiente. La fe cristiana nos revela un nuevo camino: entender la vida como gratuidad, como don de uno mismo. Si sólo buscamos lo que a cada uno corresponde nuestro mundo siempre será desigual. Por esto, ante el egoísmo, gratuidad, pues ésta es el resplandor de la justicia.