CAMINEO.INFO.- Todos hemos quedado consternados ante las duras imágenes que nos llegan desde Haití. El terremoto que ha sufrido Puerto Príncipe ha destruido una comunidad marcada gravemente por la pobreza y la injusticia. Las imágenes de la televisión, al centrarse en detalles muy concretos, tienen un efecto aún más fuerte, pues nos muestran la fuerza devastadora de esta catástrofe. Ante este hecho se plantean múltiples preguntas sobre la causa de unos efectos tan devastadores; o sobre la lentitud y las dificultades para afrontar una respuesta adecuada; o también sobre las consecuencias de una pobreza endémica, signo de una injusticia estructural; y, desde un punto de vista religioso, ¿por qué el Señor permite esto?, ¿por qué la muerte de tantos inocentes? Una cuestión que surge y que, para algunos, puede ser un argumento más para justificar sus dudas respecto a la existencia de Dios y su acción bondadosa entre nosotros.
Ciertamente, son muchas las preguntas que suscita una calamidad como esta. Y, sin embargo, ahí están los hechos. Podremos pensar que Dios lo permite, o que guarda silencio ante el sufrimiento. Pero, ¿conocemos realmente la acción de Dios en el mundo? ¿Quién puede dar lecciones a Quien es “causa, guía y meta del universo”? Nos encontramos ante una realidad que nos supera. La fe cristiana nos revela que Dios, en su Hijo Jesucristo, se ha unido a todo hombre, nada nuestro le es ajeno.
A la luz de esta realidad muchos cristianos descubren en el corazón del sufrimiento la llamada del Señor a actuar. Recordemos a la Madre Teresa de Calcuta metida entre tanta miseria, no se queja a Dios, no le pide cuentas, se siente enviada por Él para aliviar esta dificultad. Ella sabe que Dios está trabajando a través suyo. Ha querido necesitar de la colaboración de los hombres para llevar adelante el mundo que Él ha creado y sostiene. Por ello, ante las múltiples preguntas que provoca el sufrimiento, aún podemos encontrar una actitud de confianza en Dios, que hace suyo el sufrimiento humano. Y, desde esta confianza, que no apaga nuestras preguntas, nos disponemos a ofrecer una respuesta: colaborar con nuestra acción y nuestros bienes a favor de quienes sufren. En este momento, con aquellos que viven las consecuencias del terremoto de Haití.
El mal no es una idea, sino alguien que sufre. Éste puede ser provocado por la naturaleza o por la acción del hombre. Ante el mal nos revelamos, a veces enmudecemos, pero siempre experimentamos el dolor. Si recordamos a Jesús, veremos que Él no explica el mal, lucha contra él y, en último término, lo sufre. Pero en su Resurrección nos anuncia una novedad insospechada: Dios ha puesto límite al mal, éste no tiene la última palabra. Tenemos razones para luchar contra el mal.