CAMINEO.INFO.- A nadie se le escapa que nuestra sociedad está en un proceso de constante cambio cultural. Qué decir ante los retos que plantea hoy la educación de los jóvenes, donde parece que el acento se pone más en garantizar una libertad sin límites que en ayudarlos a crecer en responsabilidad; o la conducta moral de los responsables públicos, de quienes esperamos honestidad y no búsqueda del propio provecho; o, incluso, en la vida de la Iglesia, en la que a veces ciertas conductas oscurecen su misión. ¿Qué respuesta dar? Cada vez son más los que, sin conocer las raíces ideológicas de estos cambios, perciben sus efectos: desorientación respecto de lo que es verdadero, justo y bueno.
La gente dedica sus días a cumplir con su misión en el trabajo o en la familia. Los ciudadanos viven confiados en que también cumplan con su misión las instituciones de la sociedad democrática. Y, sin embargo, se preguntan por qué algunas iniciativas de nuestros políticos ponen en cuestión las convicciones morales i religiosas de tantas personas. La actual dinámica laicista que promueven instituciones públicas, ¿responde a una exigencia de nuestro pueblo o más bien a otros intereses?. Se tiene la sensación de estar en un proceso en el que nada es estable, todo puede cambiar. Un proceso que viene de lejos y que también se hace presente en la dimensión religiosa. Hoy se ha hecho realidad lo que afirmaba en los años 60 el Concilio Vaticano II, “negar a Dios o la religión, o bien prescindir de ellos, no constituye ya, como en épocas anteriores, algo insólito e individual; hoy en día aparecen muchas veces casi como exigencias del progreso científico y de un cierto humanismo”(GS, 7).
Muchas personas, muchos cristianos, no conocen las causas que están en el fondo de estos cambios, como son la pérdida del sentido de Dios y del valor sagrado del hombre; la voluntad de poder de quienes se consideran amos del mundo, y utilizan la técnica o formas de acción política que, a través de las leyes, quieren imponer una determinada visión de la vida y del hombre. Muchos viven el día a día, pero se sienten desorientados espiritual y moralmente, en soledad o arrastrados por la corriente. Ante esta situación, los cristianos, encontramos en la fe la luz que nos orienta en medio de tantas incertidumbres. En realidad, “a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que el camino del amor está abierto a todos los hombres, y de que no es inútil el esfuerzo por instaurar la fraternidad universa. Al mismo tiempo, advierte que no hay que buscar este amor sólo en las grandes cosas, sino especialmente en las circunstancias ordinarias de la vida”(GS, 38).
