CAMINEO.INFO.- El año eclesiástico o litúrgico termina con la fiesta de Cristo Rey del universo, instituida por el Papa Pío XI en 1925, teniendo como referencia el triunfo del comunismo y el progresivo crecimiento del nazismo. Una fiesta que quería preparar a los católicos para afrontar los grandes retos que se percibían en el horizonte y que buscaban la desaparición de la fe cristiana en Europa. Una fiesta que proclama que el Reino de Dios ya ha empezado a actuar en nuestro mundo, que en Cristo empieza a crecer el amor, la verdad, la libertad y la paz, que colman las aspiraciones del ser humano y restablecen su verdadera dignidad. Ahora, en Cristo, el Hijo de Dios, podemos ser hijos de Dios y hermanos de los hombres.
El hombre conoce y transforma la realidad de la materia y de la energía, y construye a través de la ciencia y la técnica nuevas posibilidades de vida. Sin embargo, ni la técnica ni la ciencia por si mismas colman el deseo de libertad y de plenitud que hay en el corazón humano. Como nos ha recordado recientemente Benedicto XVI en su viaje apostólico a Chequia, "el desarrollo técnico y la mejora de las estructura sociales son importantes y necesarios, pero no bastan para garantizar el bienestar moral de la sociedad. El hombre necesita ser liberado de las opresiones materiales, pero debe ser salvado de los males que afligen el espíritu. ¿Y quién puede salvarlo sino Dios, que es amor y ha revelado su rostro de Padre omnipotente y misericordioso en Jesucristo? Nuestra sólida esperanza es, por lo tanto, Cristo. En Él Dios nos ha amado hasta el extremo y nos ha dado la vida en abundancia, la vida que cada persona, a veces de forma inconsciente, anhela poseer".
El reino de Cristo va creciendo en nuestra historia, Él actúa por su Espíritu sobre toda la realidad humana, pública y privada. Su señorío entra allí donde los hombres ejercen, bajo la luz e impulso del Espíritu, la libertad de los hijos e hijas de Dios frente a las esclavitudes de una creación sometida a la corrupción del pecado. La acción de los laicos en la familia y en la sociedad, en el ámbito laboral y en la política, forma parte de esta novedad que Cristo inicia y que no se llevará adelante sin nuestra cooperación. Hoy, frente a las consecuencias de la crisis económica o las formas de pobreza que nacen del aislamiento y la falta de amor, los cristianos estamos llamados a dar una respuesta. Unidos a Cristo afrontamos la vida con esperanza y desarrollamos aquel conjunto de actitudes y valores que mejoran nuestro mundo, curan las heridas que provoca el egoísmo y la codicia, y abren esperanzas más allá de todo cálculo. En la celebración de la fiesta de Cristo Rey, pidamos la gracia de ser cooperadores en el Reino de Dios, para que, como proclama un canto tradicional de esta fiesta, "en el centro de la vida, Señor, reine tu inmensa caridad".