CAMINEO.INFO.- Durante los días 2 y 3 de octubre ha tenido lugar el Foro diocesano de Pastoral de Jóvenes. Un encuentro de grupos, movimientos, educadores, sacerdotes y todos aquellos interesados en acompañar a los jóvenes en su proceso de crecimiento humano y cristiano. Una misión irrenunciable en la acción evangelizadora de la Iglesia, pues son los jóvenes los portadores de la novedad del Evangelio para el futuro, los centinelas de la gran esperanza que ya está creciendo en nuestro mundo por la fuerza de Cristo Resucitado.
Ir al encuentro de los jóvenes para hacerles presente el Evangelio plantea una cuestión de siempre en la vida de la fe: su transmisión. Quien descubre a Cristo no puede ocultarlo, lo hace presente casi sin darse. Comunicar la fe es signo de vida cristiana. Basta observar la trayectoria de tantos cristianos y, especialmente, de los santos. Precisamente este domingo hacemos memoria de San Francisco de Asís, un joven que vivió un proceso de transformación interior provocado por el encuentro con Cristo. Tocado por la Gracia, se dispuso a realizar aquellas obras que nacen de la abundancia del corazón. Recordemos su encuentro con los leprosos. Lo que antes resultaba amargo se transformó en “dulzura de alma y de cuerpo”. Más tarde, Sant Francisco, contemplando el Crucifijo de la pequeña iglesia de San Damián, acepta una invitación que dará un nuevo giro a su vida: “Ve, Francisco, repara mi casa, que como ves, está totalmente en ruinas”. Una llamada del Crucificado a reparar, no sólo el pequeño templo de San Damián, sino su Iglesia.
San Francisco va al encuentro de los hombres, predica en las plazas, visita las casas, ofrece lo único que tiene: el Evangelio, con toda su fuerza humanizadora. Uno de sus seguidores resume muy bien lo que significaba para él contagiar la fe en Cristo: “Mira, evangelizar a un hombre es decirle: “tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús”. Y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado, algo más grande y más noble de lo que él pensaba, y que se despierte así a una nueva conciencia de sí. Eso es anunciarle la Buena Nueva y eso no podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real, desinteresada, sin condescendencia, hecha de confianza y de estima profundas”(E. Leclerc).
El Foro que hemos celebrado nos ayudará a aunar esfuerzos en la tarea irrenunciable de anunciar a Cristo a los jóvenes. Esto exige tejer con ellos un camino de amistad en el que descubrir cómo el Evangelio ensancha el corazón, libera de toda esclavitud y provoca la alegría, pues es más fuerte que la muerte.
