CAMINEO.INFO.- Crece la preocupación al ver cómo los jóvenes no se incorporan a la dinámica de las parroquias, y que algunos de sus miembros adultos se alejan de las celebraciones de la fe. Esto plantea muchas cuestiones sobre la misión de la Iglesia. Algunos se esfuerzan en buscar responsables a esta situación. Otros, callan y con resignación viven la fe en la vida diaria. Sin embargo, lo que Jesús nos pide constantemente es atender su mandato: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).
En medio de las dificultades que los cristianos experimentamos a la hora de vivir la fe, Cristo continúa llamándonos para que demos fruto, mostrando a los hombres que el Evangelio es fuente de vida y esperanza. Esta también es la hora de Dios, quien, tal como se manifiesta en la historia bíblica, acostumbra a actuar desde lo pequeño, en la dificultad y la debilidad humana. Por esto, en la actual situación, no es cuestión de mirar atrás y anhelar viejos tiempos. Es la hora de mirar a Cristo de nuevo, de preguntarnos y preguntarle qué quiere de nosotros, de volver otra vez al Evangelio.
Sin una renovación de la vida cristiana, la Iglesia no podrá llevar adelante su misión evangelizadora. Esto conlleva situar en el centro de la acción pastoral la formación de todos los bautizados, de forma particular de los fieles laicos que, con su vida y testimonio, están llamados a renovar nuestro mundo. En este sentido, qué actualidad tienen estas palabras que el Papa Juan Pablo II dedicaba a los fieles laicos: “Dios me llama y me envía como obrero a su viña; me llama y me envía a trabajar para el advenimiento de su Reino en la historia. Esta vocación y misión personal define la dignidad y la responsabilidad de cada fiel laico, y constituye el punto de apoyo de toda obra formativa”(CHRL, nº58).
En este momento de renovación eclesial, ante las exigencias de la acción evangelizadora, nadie debe sentirse excluído de la responsabilidad de promover la formación de los laicos. Muchas son las iniciativas, pero existe una que, como Obispo, no puedo dejar de considerar y proponer: la nueva “Acción Católica General”. Una propuesta de formación y de vida desde cada parroquia, a través de pequeños grupos que, a su vez, forman una gran red para ayudar a crecer en la fe a los laicos, e proponerles caminos de acción, tanto en la acción pastoral de la Iglesia, como en el mundo concreto de la familia y de la sociedad. Se trata de una nueva manera de realizar la comunión eclesial que tiene su centro en la renovación del laicado y en la promoción de una fuerte experiencia comunitaria. Así se realizará la vocación a la que el Señor nos llama: “Os he destinado para que vayáis y déis fruto”(Jn 15,16).
