CAMINEO.INFO.- Las madres y los padres recuerdan toda la vida de sus hijos: cuando los acompañaban a la escuela, el primer día de cada curso, cada etapa y cada paso. Ellos no hacen otra cosa que cumplir con su misión. Y así lo reconoce el Vaticano II: “Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, son los primeros y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse” (GEM, 3).
Estamos a punto de iniciar un nuevo curso escolar. Los padres desean la mejor educación posible para sus hijos. Una educación que ayude a la maduración y al pleno desarrollo físico, intelectual, moral y espiritual. Son muchos los padres, incluso no creyentes, que piden la clase de religión para sus hijos, porque, sin ella, falta el ideal educativo que orienta y da sentido a la vida, y es la base de aquellos valores que nos humanizan. El objetivo de esta enseñanza es también dar a conocer el mensaje de Cristo y vivir los valores morales cristianos que llevan al compromiso social y a la solidaridad.
Un planteamiento justo y coherente de la propuesta escolar, debe siempre conjugarse con el derecho de los padres a elegir libremente la educación que quieren para sus hijos. Pero algunas administraciones escolares hacen imposible el cumplimiento de este derecho fundamental de las familias, dificultando la posibilidad de la enseñanza religiosa. No podemos, pues, hablar de educación de calidad en los centros donde no se facilita esta enseñanza. Es imposible transmitir conocimientos de la historia y la cultura occidental omitiendo las raíces cristianas que la han configurado a través de los siglos.
Por desgracia, poder elegir o no la clase de religión no es la única traba que encuentran los padres a la hora de ejercer la responsabilidad de educar sus hijos. También se encuentran con la obligatoriedad de una asignatura: educación para la ciudadanía. Una materia que debe facilitar el conocimiento de los principios y normas cívicas de convivencia, pero que, además, y ahí está el problema, quiere imponer una visión del hombre que sólo algunos comparten, y que, en último término, no se ajusta a la verdad de la persona en todas sus dimensiones. Por eso, como han dicho los Obispos y otras muchas instituciones, esta materia, tal como se plantea hoy, constituye una lesión grave del derecho de los padres a decidir la educación moral que desean para sus hijos. En este sentido, hay que recordar que “los padres deben hacer valer su derecho a la hora de determinar la educación moral que desean para sus hijos”. Imponer el actual programa de esta asignatura es ir más allá de la neutralidad ideológica que en el ámbito moral debe orientar las propuestas educativas que promueven las instituciones públicas.