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Y hay
que elegir correctamente lo que podamos hacer con nuestra vida ya que no
tendremos otra.
Vivo seguro en la creencia de que
después de esta vida hay otra que ya no se acaba. Hay muchos que me dicen que
no podemos saber siquiera si Dios existe, pero la existencia misma del universo
exige que alguien lo haya creado, no puede haberse hecho solo. Me resulta más
difícil creer que todo lo existente es obra de la evolución, pero ¿qué
evoluciona? ¿Quién lo hace evolucionar?
Aparte de la materia que puede
ser medida y pesada, también existen valores como el amor, la bondad, la
amistad y contravalores como el odio y la maldad, desgraciadamente presentes en
nuestro mundo.
Es necesario que por encima de
todo exista Alguien a quien haya que rendir cuenta de nuestra vida, el mismo
que a través de diversos medios nos repite las normas a que debe atenerse
nuestra conducta.
Pero resulta más cómodo vivir
como si Dios no existiera y que, caso de existir, se trataría de un viejo
bonachón que hará la vista gorda de nuestras maldades.
Hablar de pecado parece que ya no
se lleva, que es algo arcaico en una sociedad que se precia de modernista, de
avanzada. Que los valores vigentes hoy son la libertad de elección, la
ideología de género, la imposición de “nuestros derechos”. Todo vale: el aborto
es una cura de urgencia de nuestros deslices, el cambio de sexo es un derecho
aprobado por las leyes y las uniones sexuales con personas del mismo sexo es
cosa de cada cual.
Todo esto y tantas cosas más
chocarían frontalmente con cualquier idea de Dios y un juicio, más allá de la
muerte.
Pero yo creo en Dios y en su
palabra anunciada por sus apóstoles y en el premio o castigo eternos (¿eternos
eh?) y en la sentencia definitiva dictada por un tribunal inapelable.
Cumplir los mandamientos, que
siguen vigentes, aunque muchos los hayan olvidado, es el camino para no errar.
Que Dios haya enviado a su Hijo a morir por nosotros es algo que no podemos
pasar por alto.
Dios no ha escatimado avisos ni
ayudas para que lleguemos a gozar por toda la eternidad de su amor
incomparable.
También existe el demonio,
Satanás la serpiente antigua que sigue empeñada desde la caída de Adán y Eva en
el paraíso, en llevarse al infierno al mayor número de personas. La tentación
es clara: si mordéis la manzana de la ambición, del placer, del egoísmo, de
querer ser como dioses, nuestras vidas se perderán para siempre.
Comienza un nuevo curso que
podemos aprovechar para poner orden en nuestra vida y volver la mirada al Padre
que nos ama, al Hijo que entrega su vida por nosotros y al Espíritu Santo,
pronto siempre a derramar su gracia sobre el mundo. Sin olvidar a María como
intermediaria.
¿Te atreves a creer? ¿estás
dispuesto a amar al prójimo hasta que duela? O por el contrario ¿quieres
dejarte llevar por la corriente?