Tenemos más interés en calcular cuando
se terminan las vacaciones que pensar en que después de esta vida hay otra que
podemos perdernos.
Este domingo pasado se leyó el
evangelio en el que la preguntan a Jesús si se salvan muchos y la contesta
diciendo que hay que entrar por la puerta estrecha si no queremos quedarnos
fuera.
Esto de la puerta estrecha me
hizo recordar la teoría de la ventana de Overton, una ventana a través de la
cual se pasa de algo repulsivo, como puede ser la antropofagia, a hacerla
aceptable por el pueblo, a través de sucesivos pasos modulados por campañas
publicitarias, naturalmente pagadas por capitalistas interesados en ello.
Ahí tenemos, entre otros, un par
de ejemplos: la aceptación social del aborto hasta convertirlo en un derecho o
los derechos derivados de la ideología de género que han convencido a buena
parte de la sociedad de que el sexo no es algo dado a cada persona, sino un
constructo social apto para que las personas lo utilicen para cambiar de sexo y
presumir de ello.
Lo mismo podemos decir de la
eutanasia, ampliamente aceptada en nuestra sociedad bajo el pretexto de que
para salvar el planeta hay que aligerarlo de habitantes y los medios mas
difundidos serían el aborto, le eutanasia y las uniones estériles como los
matrimonios homosexuales.
La antropofagia no ha pasado por
la ventana de Overton sin duda porque no hay ningún grupo político poderoso que
crea poder sacar beneficio de ello, pero está siendo aceptado por parte de la
población la repulsa a comer carne y convertirnos a todos en veganos. Las
drogas son otro ejemplo de aceptación de un producto perjudicial pero que mueve
grandes cantidades de dinero y lo mismo podría decirse de más de una
especialidad farmacéutica.
La puerta estrecha de la que
habla Jesús es otra cosa muy diferente. Resulta estrecha la puerta que
necesitamos pasar para salvarnos si tenemos que renunciar a nuestros vicios,
nuestros caprichos, nuestra pereza y esforzarnos por amar a nuestros enemigos,
a los que nos caen mal, a los que son de otro partido, otra raza, otras
costumbres.
Como nos recordó el Concilio
Vaticano II ignoramos el tiempo en que llegará la consumación de la tierra y la
humanidad, ni en que forma será transformado el universo. Nosotros y los que
nos precedieron en la muerte esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva
donde seamos bienaventurados por toda la eternidad.
Claro que lo mismo que estamos
dispuestos a aceptar cualquier maldad que se nos ofrezca bajo el rótulo de
progresista, no parecemos muy decididos a creer que tras la muerte nos espera
Dios, el autor de todas las cosas, que quiere salvarnos, pero no nos salvará si
nosotros no queremos ser salvados. Dios es sumamente respetuoso con nuestra
libertad.
Mientras estemos vivos podemos
tener esperanza, basta que no nos dejemos seducir por el mal y marchemos
decididos a la puerta estrecha de la que habló Jesús.