CAMINEO.INFO.- Se me ocurre la siguiente escena:
una mujer embarazada acude a su médico y le explica que ha decidido abortar porque
se siente nerviosa e irritable y está sufriendo un daño psicológico. El médico
la reconoce y comprueba que el embarazo marcha muy bien y le pregunta por la
verdadera causa de su nerviosismo. La mujer le dice que tiene otro niño de tres
años que le está dando muchos problemas por su carácter insoportable, su
hiperactividad y sus rabietas, que le tiene todo el día en tensión y que muchas
noches no duerme ni la deja dormir.
El médico le hace notar que su
problema no es el niño en gestación sino el otro y que puestos a eliminar a uno
de ellos al que habría que eliminar es el mayor. La mujer se queda sorprendida
y le dice que al mayor no puede eliminarlo, eso sería un crimen, pero quiere abortar
al otro porque tiene miedo de que salga igual de conflictivo e inaguantable.
El médico le pregunta si habría
abortado al mayor de haber sabido durante el embarazo el carácter que iba a
tener. La mujer no está muy segura, pero ahora sí; no quiere tener otro niño
problema. El médico le hace notar que no resulta muy lógico que considere la
eliminación de un niño de tres años un crimen y no así el aborto de un concebido.
La mujer sale enfadada de la consulta convencida de que el médico está chiflado.
Comenta el asunto con otras
amigas y recibe muchas opiniones. Una mantiene que lo mismo que se detecta la
posibilidad de que el concebido tenga el síndrome de Down para eliminarlo,
también se debería detectar si va a ser un niño tonto, inadaptable o esquizofrénico; los
niños que deben nacer, según ella, son los que tengan asegurado un alto nivel
físico e intelectual. Eugenesia pura.
Otra le dice que si quiere
abortar que lo haga, ya que los hijos son una carga y hay que disfrutar de la
vida. Otra le recomienda una clínica abortista en la que no hacen preguntas.
Otra le propone que lo tenga y que lo dé en adopción, solución que no le
convence a la interesada que quiere quitarse el problema de encima cuanto antes
y además piensa que si nace y lo ve quizás no sería capaz de dejarlo. Otra
opina que a los hijos hay que aceptarlos y quererlos como sean, sin ninguna
selección previa.
Como este relato es de ficción y
cualquier parecido con personas reales será pura coincidencia, el final cada cual
puede imaginarlo por su cuenta. Pero el hecho cierto es que se producen en
España más de ciento veinte mil abortos al año y la ley que se nos vendió, hace
más de veinte años, como de despenalización del delito de aborto en
determinados supuestos, se ha convertido en la práctica en un aborto libre y en
un mal llamado derecho de la mujer a abortar y el actual Gobierno quiere modificarla
para otorgar, según dicen, seguridad jurídica a las mujeres que abortan y a los
profesionales aborteros que se están enriqueciendo con tan repugnante negocio.
El único al que se le niega protección es al concebido y no nacido, al más
inocente e indefenso para quién el seno materno se ha convertido en un lugar
peligroso.
Hay que insistir sin tregua que es
un asesinato tanto matar a un niño de pocos años como al concebido y no nacido,
que es sin duda una persona portadora de su propia e irrepetible
individualidad. Aunque también podría ocurrir que haya quien piense en una
especie de aborto retroactivo, para eliminar a los niños discapacitados o
problemáticos.
Como en tantas cosas que estamos
sufriendo, es la sociedad quien tiene que reaccionar ante la injusticia, la
mentira y la manipulación de los que en lugar de defender los derechos humanos,
se inventan otros nuevos como la salud
sexual y reproductiva de la mujer, el derecho a la anticoncepción y el aborto, el
matrimonio de los homosexuales y la ideología de género, entre otras lindezas.