Cuando pasamos de un año a otro,
parece tiempo adecuado para hacer balance de nuestra vida y preguntarnos qué ha
significado un año más para cada uno de nosotros.
Si los negocios y las empresas
buscan el resultado anual en forma de ganancias o pérdidas, las personas tendríamos
que examinar si hemos ganado en experiencia, en responsabilidad, en
solidaridad, en comprensión, en lo que los griegos llamaban areté y que traducimos por virtud; o si
por el contrario hemos perdido confianza, tanto en nosotros como en el prójimo,
si estamos cada vez más desorientados,
más temerosos de nuestro futuro, más tristes, más descorazonados.
También podemos negarnos a
revisar nuestra vida, a pensar, mientras nos aturdimos y distraemos frente el
televisor y entramos en un año “nuevo” que no tendrá ninguna novedad, pues
vamos a seguir lo mismo que siempre.
Los negocios pueden hacer balance
del año porque van anotando día a día su movimiento económico, pero las personas,
si miramos el año que pasó, no podemos recordarlo día por día. Podremos
recordar acontecimientos familiares: bodas, divorcios, nacimientos y
fallecimientos; acontecimientos laborales: conseguí un trabajo, gane una
oposición o pasé a ser desempleado, jubilado, inválido. Podemos recordar
alegrías y sufrimientos en confuso revoltijo, sin poder señalar si fueron más
los días tristes que los alegres. Hagamos la prueba: revisemos el año que
termina.
Para el año que empieza, preñado
de temores y esperanzas, ¿tenemos algún proyecto de vida? ¿Tememos que las
cosas vayan a peor? ¿Esperamos que los gobernantes nos lo den todo
arreglado?
Proyectar nuestra vida a largo
plazo exige el esfuerzo de cada día, pero un esfuerzo sostenido y revisable ¡cada noche! Nuestra cuenta de
resultados no puede esperar a fin de año, pues ni siquiera tenemos asegurado
tal plazo, debemos hacerla cada día.
Por la mañana al despertar hay
que ver lo que tenemos que hacer y cómo lo vamos a hacer. No pueden existir
días vacíos, sin tarea, sin actividad y lo que hayamos de hacer hay que hacerlo
bien, con exactitud, con eficacia.
Nuestro trabajo diario, retribuido o voluntario, ha de ser un servicio a la
sociedad a la que devolvemos parte de lo que de ella recibimos. (Si estás en
periodo de formación, aprovecha el tiempo, tus estudios los están pagando los
demás.)
A lo largo del día vamos a
relacionarnos con otras personas. Estas relaciones tienen que ser siempre las
adecuadas y correctas, con independencia de que nos resulten más o menos
simpáticas o agradables. Amar al prójimo es servirlo. Nunca podemos ser
enemigos de nadie y si alguien tiene alguna queja contra nosotros, habrá que
hacer lo necesario para solventar el problema. Aunque haya quien nos odie, no
tenemos que sentirnos odiados ni sufrir por ello.
Revisemos cada noche nuestro día,
sin hacernos trampas ni tratar de justificar nuestras perezas, nuestros
egoísmos, lo que no hayamos hecho bien y cuando llegue un nuevo día, retomemos
el compromiso y el empuje de ser mejores y dueños de nosotros mismos. El mundo
será mejor si mejoramos cada uno de nosotros, si eliminamos el egoísmo y
buscamos siempre el bien común.