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Dejemos de pensar en la pandemia, la vacuna o las
vacaciones y escuchemos al Espíritu Santo
El pasado domingo, cincuenta días
después de la resurrección de Jesús, los cristianos celebramos la fiesta de
Pentecostés recordando el hecho extraordinario que se narra en el libro de los
Hechos de los Apóstoles diciendo que estando los discípulos juntos de
repente, un ruido del cielo, como de viento recio, resonó en toda la casa y
vieron aparecer unas lenguas como de fuego que se repartían posándose encima de
cada uno, se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en
diferentes lenguas y eran entendidos por todos los forasteros que estaban en Jerusalén.
Pienso que el Espíritu Santo, que
con el Padre y el Hijo forman la Santísima Trinidad, resulta bastante
desconocido para los cristianos, pues su representación en forma de paloma no
alcanza la emoción de un Crucificado o una Dolorosa, pero es clave en la vida
de Iglesia cuya llegada nos fue prometida por el mismo Cristo.
Su actuación significa un reparto
de dones, de regalos, para todos los cristianos que nos enriquecen. Por
desgracia cada vez hay más gente que no cree en Dios, ni en Cristo ni en el
Espíritu Santo, quizás solo en una cierta devoción a la Virgen que se
materializa en fiestas y romerías.
Los que aprendimos el Catecismo
de la Doctrina Cristiana que escribió el Padre Ripalda en el siglo XVI,
recordamos que los dones, los regalos, del Espíritu Santo son siete: el primero
don de Sabiduría, el segundo, don de Entendimiento, el tercero
don de Consejo, el cuarto don de Fortaleza, el quinto don de Ciencia,
el sexto don de Piedad y el séptimo don de Temor de Dios y que
eran dádivas preciosas con que enriquecer nuestras almas.
Hay quien busca la sabiduría o la
ciencia, pero las entienden tan solo como el conocimiento sobre alguna materia,
pero rara vez como humilde actitud de saber lo necesario para una vida
virtuosa. Lo mismo podemos decir del don de entendimiento: entender de todo
aquello que sea útil y beneficioso para uno mismo y los que no rodean.
Quienes han recibido y cultivado
los dones de sabiduría y entendimiento tendrán el suficiente don de consejo
para ayudar al prójimo y poseerán la fortaleza para resistir las tentaciones y
engaños del maligno.
Los dones de piedad y de temor de
Dios nos hacen cumplir la voluntad de Dios y no la nuestra y menos aún de los
que pretenden dirigir nuestra conducta según sus intereses.
Estos regalos del Espíritu Santo
producen en nosotros, según el catecismo que vengo citando, doce frutos
preciosos: Caridad, Paz, Longanimidad, Benignidad, Fe, Continencia, Gozo, Paciencia,
Bondad, Mansedumbre, Modestia y Castidad.
Sobre cualquiera de estos frutos
valdría la pena extenderse y profundizar en su significación y utilidad para
nuestra propia vida, pero estamos lejos de ello ya que nos preocupa mucho más
el dinero, el placer, la comodidad o las vacaciones.
Si hay quien me lea, y haya
llegado hasta aquí, le invito a que dedique cada día unos minutos en pensar
sobre estas cosas. El consejo es gratis y no necesita publicidad. El Espíritu
Santo nos regala sus dones y nosotros los hacemos fructificar.