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Que
San Isidoro de Sevilla nos ilumine con su luz.
Me pongo a escribir este artículo
el 26 de abril fiesta de San Isidoro de Sevilla que vivió tiempos complicados
(556-636) época de transición entre la decadencia del mundo romano y el
asentamiento en España del pueblo visigodo y sus problemas religiosos:
arrianismo y catolicismo.
Seguramente muchos recordarán los
nombres de Leovigildo, Hermenegildo y Recaredo, que consiguió la unidad
religiosa bajo el catolicismo. Pues en esa época brilló San Isidoro y sus
hermanos, también santos, Leandro y Florentina.
Fue San Isidoro un hombre sabio,
no solo de sabiduría humana, que también cultivó acumulando todo el saber
humano de su tiempo, sino con el espíritu de lo que dice la Biblia en su Libro
de la Sabiduría que ojalá conocieran todos nuestros gobernantes, pues empieza
diciendo: Amad la justicia los que juzgáis la tierra y como Salomón pedid la
prudencia para vuestras decisiones y llegará a vosotros el espíritu de
sabiduría.
Dedicado en cuerpo y alma a su
pueblo fue modelo de gobernante y un faro de luz en aquellos calamitosos
tiempos de divisiones y enfrentamientos.
Pienso que todo aquel que decide
dedicarse a la política debe estar convencido de que va a realizar un servicio
a favor de sus conciudadanos y nunca podrá dedicarse a atizar enemistades y
banderías ni mucho menos a enriquecerse con el puesto que estos mismos
ciudadanos le otorguen.
No serán las teorías de marxistas
o librecambistas las que conseguirán mejorar nuestro mundo y mucho menos si
ambas teorías se alían para someter a los ciudadanos a regímenes totalitarios
que digan: no tendrás nada, pero serás feliz.
Hay que huir, como de la peste,
de agendas anunciadoras de cambios o de reinicios. Debemos examinar si es el
espíritu de sabiduría quien inspira a tantos inquietantes personajes y confusas
instituciones internacionales, así como las adhesiones de nuestros propios
gobernantes a tales foros.
Es fácil comprobar como las leyes
que, con mil argucias y componendas, nos imponen cada día a los ciudadanos
están cada vez más lejos de Dios y más cerca del desastre.
No hay que creer a los que opinan
que Dios no existe, que el hombre se ha hecho a sí mismo y puede decidir por
encima y en contra hasta de la misma biología o que no hay que respetar ninguna
norma religiosa, ni que exista otra vida después de la muerte. Todo esto no es
ciencia sino ignorancia y manipulación interesada.
El espíritu de sabiduría tiende a
la paz y a la concordia y nunca a la algarada ni al enfrentamiento. Tenemos una
milenaria historia, con sus luces y sus sombras, de la que debemos sentirnos
satisfechos y no podemos aceptar que se falsee ni tergiverse por los propios
españoles y mucho menos manejarla como arma arrojadiza para hundir al
adversario político.
El espíritu de sabiduría nos dice
que la vida es sagrada desde la concepción hasta la muerte natural y que todo
el que sufre es acreedor a nuestro amor y nuestros cuidados. Tampoco es
aceptable que mientras unos mueren de hambre otros se forren.
Todos tenemos que trabajar por un
mundo más justo y tratar de conseguir la sabiduría que viene de Dios.