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Recito una y
otra vez el Padrenuestro
y al meditarlo
me quedo perplejo de que mucha gente no
rece.
El año pasado recibí una
invitación un tanto desusada: el compromiso de rezar por un político. Contesté
que lo haría y di el nombre del político que elegí. He tratado todos los días
de incluir a tal persona en mis oraciones.
Ya sé que esto de rezar parece no
estar muy de moda, que es cosa de viejas y beatas. Efectivamente soy viejo pero
no tengo conciencia de ser o haber sido un beato. Me confieso cristiano y
pecador necesitado siempre de misericordia y perdón de parte de Dios.
Pregunto a más de uno si reza y
elude la respuesta. Yo estoy seguro de que los que aprendieron a rezar de
niños, aunque hayan abandonado la práctica volverán un día a recuperarla, si no
se empecinan en negar a Dios.
La oración del Padrenuestro, que
nos enseñó el mismo Jesús, podemos repetirla una y otra vez interiorizando su
contenido. Llamar a Dios, al que hizo el cielo y la tierra, con el nombre de
Padre debería hacernos temblar de alegría. Tomar conciencia de que es nuestro
Padre y que nos ama, nos dejará perplejos y entenderemos la petición de que su
nombre sea santificado y que su reino de verdad y de vida, de santidad y de
gracia, de justicia, de paz y amor se haga realidad en este mundo. Esa es
nuestra tarea por más que nos empeñemos en ignorarla.
Creo que hacer la voluntad de
Dios aquí en la tierra, es mucho mejor que hacer la voluntad de los políticos
que dicen gobernarnos pero nos enfrentan con sus programas, sus odios, sus
bastardos intereses.
Pedir el pan nuestro de cada día
es muy distinto de querer asegurar toda nuestra vida a fuerza de dinero y
poder, tanto es así que solo pedimos para hoy ya que el mañana traerá su propio
afán y nunca lo tenemos asegurado.
Creer que todo depende de
nosotros, que podemos hacer siempre lo que queramos sin preocuparnos de la
moralidad de nuestros actos, es una ofensa a Dios. Tenemos que pedir perdón de
nuestra soberbia, de nuestra avaricia, de nuestra lujuria, de nuestra envidia,
de nuestra gula, de nuestra ira y nuestra pereza. Si Dios no nos perdona cargaremos
con el fardo de nuestros pecados por toda la eternidad.
Pero hay una condición
ineludible: que también nosotros perdonemos a quienes nos ofenden a quienes nos
hacen mal. Tenemos que perdonar a tantas personas a las que odiamos, o que nos
caen mal, o que las ignoramos como si no existieran o a las que no hicimos el bien que estuvo en
nuestras manos proporcionarle…
Todo esto exige una profunda
revisión. Hay que perdonar para ser perdonados. Ofender a Dios y ofender a
nuestros semejantes vienen a ser la misma cosa y no perdonar a los demás nos
cierra el camino del perdón de Dios.
Terminamos la oración del
padrenuestro pidiendo a Dios que no nos deje caer en tentación y que nos libre
del mal. El tentador es el diablo, Satanás, que nos ofrece la inmundicia del
orgullo, de la incontinencia, de una engañosa libertad y nos susurra como
en el paraíso “seréis como dioses” y
caemos una y otra vez en sus engaños.
Dios existe y es nuestro Padre
dispuesto a perdonar si perdonamos y el demonio también existe buscando
constantemente la forma de perdernos y alejarnos del amor de Dios. Hay que
elegir.