CAMINEO.INFO.-
Pienso que las enseñanzas de Jesús nos preocupan mucho
menos que los problemas económicos de la
pandemia.
Hemos comenzado otra atípica
Semana Santa. No sé si el problema es que no pueden salir las procesiones o que
esto es perjudicial para la hostelería. Algunos “ilustrados alcaldes” están
llevando a cabo su particular viacrucis derribando las cruces de sus pueblos.
La cruz como signo de redención
es algo desconocido por una cantidad ingente de españoles que creen que para
ser progresistas tienen que eliminar todo vestigio del cristianismo.
Por desgracia lo van consiguiendo.
Disminuyen las parroquias y la gente que va a misa, no hay bodas ni grupos de
niños para hacer la primera Comunión.
De forma un tanto sorprendente
podemos leer en el evangelio de San Lucas,
(capítulo 18 versículo 8) la pregunta que hace Jesús dirigida quizás a
nosotros: “Pero cuando vuelva este Hombre, ¿qué? ¿Va a encontrar fe en la
tierra?”
La respuesta está a la vista: la fe
se enfría, las palabras de Jesús no encuentran eco. La bienaventuranzas, el
mejor programa que jamás se haya formulado para conseguir un mundo mejor en el
que reine el amor y la justicia ha sido abandonado por la oferta marxista, la
oferta liberal o la oferta globalita del Nuevo Orden Mundial.
El mundo de hoy se deja seducir
por la predicación de tantos propagandistas que desde las cadenas de televisión
o las redes sociales, vocean la llegada de un mundo en el que Dios sobra,
sustituido por gobernantes que convencen a los ciudadanos de que pueden
disfrutar del sexo sin obligaciones pues tienen el derecho a abortar, que
pueden formar parejas, incluso tríos y grupo, sin ninguna exigencia de
fidelidad ni de castidad, gracias a las leyes LGTBI que nos otorgan y si
estamos enfermos o viejos podemos decidir que nos apliquen la eutanasia (o lo
deciden otros por nosotros) Retirarnos un respirador o suministrarnos un
somnífero del que no se despierta, es más barato que facilitarnos cuidados
paliativos.
Ser discípulo de Jesús exige la
renuncia a la riqueza como única manera de romper con el sistema de injusticia.
Jesús no solo quiere que consigamos la vida eterna sino cambiar la sociedad
humana y para este objetivo no basta la bondad individual, ni la limosna, ni
las obras de caridad paternalistas sino la creación de un grupo en que no haya
tuyo ni mío, en el que cada uno comparta lo que tiene con los demás. Es un modo
de vida nuevo en el que es sustituida la ambición de ser rico por la
solidaridad. La libertad y la felicidad humana solo son posibles cuando es
eliminada la ambición.
Ser discípulo de Jesús también
exige la renuncia a los honores y al poder lo cual está en total contradicción
con el ansia de poder de la gente que nos rodea y con la tendencia tan
generalizada de vivir a costa de los demás ya sea desde la política o la
economía.
De poco sirve sacar en procesión
las bellas imágenes del barroco español, rodeadas de cofrades de túnica y capirote
durante una semana, si el resto del año nos olvidamos de las palabras de Jesús,
de su exigencia radical para seguirlo, si vamos dejando a su Iglesia cada vez
con menos seguidores y más enredados en la creciente mundialización que
padecemos.