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Pero si queremos que funcione y no se rompa en pedazos es
necesario amarla de corazón.
Mi anterior artículo lo
encabezaba preguntando si entendemos la democracia como diálogo o
enfrentamiento y lo terminaba indicando la necesidad de reflexionar sobre los
derechos y libertades de nuestra constitución
Me dispongo a escribir al día
siguiente de las elecciones en Cataluña, cuyos resultados no parece que
ilustren la existencia de ningún diálogo sino de múltiples enfrentamientos
entre los partidos que han concurrido a los comicios y el posible ocaso de la
constitución de 1978 por desaparición de España como sujeto que puede
desaparecer troceada por independentismos problemáticos.
Sin duda la ilusión de 1978 de
poder organizar una convivencia fructífera se vino abajo con la inclusión de su
título VIII que abrió la puerta a una organización territorial, creándose nada
menos que 17 autonomías que se nutrieron del desguace de la administración
central y fomentaron que determinados territorios, que ya habían mostrado su
desafecto por una España total en anteriores ocasiones, se dedicaran a
conseguir su independencia con métodos violentos o partidistas.
Los derechos y libertades que
reconocía la constitución a todos los españoles poco podían funcionar si unos
trozos importantes de su territorio decidieron declarar su ansia feroz de
independencia.
Los sucesivos gobiernos de la
nación han abordado los problemas de las autonomías con ansias de independencia
con desigual fortuna. El país vasco organizó la resistencia de ETA asesinando a
mucha gente. El país catalán ha optado desde los tiempos del ex honorable Pujol
en denigrar a los andaluces como “hombres poco hechos” o forzarlos a aprender
su lengua. Lo mismo han hecho los gallegos, los mallorquines o los valencianos.
El actual gobierno ha buscado
aliados entre todos los independentistas otorgando pingües beneficios
económicos para sus territorios a cambio de sus votos para mantenerse en la
Moncloa.
Desde luego no podemos decir que
nuestra democracia sea una forma de diálogo cuando se ha llegado hasta a
renunciar al español como lengua unificadora y al derecho a la educación de las
familias por el adoctrinamiento más descarado y a preferir a emigrantes
africanos a los españoles de otras regiones.
La dignidad de la persona, los
derechos inviolables que le son inherentes, el libre desarrollo de la
personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás que se declaran
en el art. 10 del Título I de la Constitución, el art. 14 que establece que los
españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación
alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra
circunstancia personal o social.
Los que me lean pueden
responderse sobre todo ello, así como del cumplimiento de lo que establecen los
artículos 15 al 54 sobre derechos y libertades de los españoles. El texto de la
constitución está al alcance de cualquiera.
Parece claro que nuestra
democracia puede consistir en un equilibrio inestable concebido por algunas
mentes “privilegiadas”, pero está más lejos del diálogo que del enfrentamiento.
A todos nos va la paz y la
tranquilidad si no hacemos lo que esté en nuestra mano para evitar males
mayores.