Ya no se trata de imperios y conquistas sino de cambiar a
las personas.
Cada vez que un pueblo se ha
sentido poderoso y ha tenido unos dirigentes ambiciosos, han intentado
construir un imperio, ya se trate de Nabucodonosor, Alejandro Magno o Gengis
Khan o más próximos a nosotros El Imperio Romano o Napoleón Bonaparte.
Con sus diferencias cada imperio ha
tratado de imponer a los vencidos sus
leyes y sus gobernantes, situación que ha durado unas veces más y otras menos.
Con la difusión de las ideas
comunistas Lenin, pero sobre todo Stalin, sometieron a muchos pueblos a su
feroz dictadura y hemos sido testigos del fin aparente del imperio soviético,
en cuya órbita podría haber caído también España si no hubiera triunfado la
rebelión militar del 36.
De una manera más solapada los
países capitalistas que vencieron a Hitler han ido imponiendo su poder en
cuantos sitios han podido penetrar no tanto por las armas como por los intereses
de una clase internacionalizada que hace y deshace en el mundo de las finanzas.
Aquí no se trata de pueblos conquistadores acaudillados por reyes o césares,
sino de minorías poderosas emboscadas tras decorados democráticos que la gente
creemos que, por el hecho de votar cada equis años, somos quienes decidimos lo
que han de hacer nuestros gobernantes.
Nada más falso. El tinglado
democrático es una especie de teatro de polichinelas manejado por hilos o manos
ocultas. Naturalmente los cristobitas que hacen de gobernantes mientras
resulten bien pagados disfrutarán del espectáculo que protagonizan. Todo ello es fácilmente observable para cualquiera que
dedique algo de su tiempo a pensar.
Los avances técnicos resultan
eficacísimos para dominar a la gente como nunca se había hecho. Las ubicuas
redes sociales se encargan de mantenernos en la ignorancia atiborrándonos de
noticias sobre las que se discute acaloradamente no solo en la calle sino en
los parlamentos nacionales y supranacionales.
Los que mandan, o creen que mandan,
no quieren que exista una educación plural que adiestre a las nuevas
generaciones en el pensamiento crítico ni en valores morales. Los que destaquen
en la ciencia pronto serán fichados para que pongan sus conocimientos al
servicio de la causa general, que no es otra, que inculcar a todos que al
planeta le sobran millones de personas que es necesario ir eliminando,
especialmente a los mayores que somos una carga económica inútil, como dice la
directora del FMI, que hay que poner remedio al calentamiento global y hacerle
caso a Greta Thunberg, la niña mal encarada que se paseó por todo el mundo,
poco antes de la pandemia. Cualquier cosa que se venda como moderna nos la
tragamos.
Incluso pienso que la pandemia es
algo programado, como un ensayo general, para hacernos tragar el sometimiento
más absoluto al poder de los amos del mundo, a quienes no hemos votado ni nos
representan, pero manejan el dinero, el
crédito, la inversión y los planes de destrucción masiva que tienen en mente.
Por supuesto que las religiones,
especialmente la cristiana, es un escollo para sus planes, pero tienen medios
para que el número de cristianos disminuya poco a poco. Cerrar las iglesias ya
lo hicieron en la Francia revolucionaria, en la España del XIX con Mendizábal y
así en casi todos los países de Europa. En la América española ya lo están
intentando. Aquí y ahora ya veremos.
Desconfíen: las cosas no son como
parecen.