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Nuestra vida es un regalo del
que se nos pedirá cuenta.
Según el diccionario, la palabra culto es el honor que se tributa religiosamente
a lo que se considera divino o sagrado pero cada vez más gente no considera
nada como divino y sagrado ni se siente obligada a tributar culto a Dios.
La cultura no es solo, ni
primariamente, el saber de cosas humanas sino regirse por un culto religioso.
Desaparecido todo culto referido a Dios, las personas dan culto al mundo, pero
el mundo le exige que comparta sus
ideas, sus banderías, sus valores, sus ideologías, en un batiburrillo de cosas
a escoger y así escojo mi propia voluntad como razón última de mi existencia.
Huimos de las obligaciones que
nos impone la religión cristiana, en nuestro caso, como la fe, la esperanza y
la caridad, y aceptamos esoterismos, manuales de auto-ayuda, reiki o cualquier
mercancía que nos ofrece la new age,
siempre dispuestos cambiar de ideas y de conducta. Creo que es cierto que
cuando se deja de creer en Dios se cree en cualquier cosa.
Pero hay algunas tendencias
permanentes: ganar dinero, gozar del placer, triunfar en nuestras empresas ya
sean profesionales, amatorias o deportivas.
En el libro llamado Imitación de
Cristo que escribió Tomás de Kempis se nos dice: Escucha, hijo mío, mis
palabras trascienden toda la ciencia de los filósofos y letrados de este mundo
pues mis palabras son espíritu y vida
y no se pueden ponderar partiendo del criterio humano.
No deben usarse con miras a
satisfacer una vana complacencia sino recibirse con humildad y gran afecto del
corazón. Los más, oyen de mejor grado al mundo que a Dios, y más fácilmente
siguen las apetencias de la carne que el beneplácito divino. El mundo ofrece
cosas temporales y efímeras y se le sirve con diligencia. Dios promete lo sumo
y eterno y los corazones de los hombres languidecen presos de la inercia.
Lo que escribía Tomás de Kempis
en el siglo XIV ¿no es aplicable hoy a los que vivimos en el XXI? Pero pocos lo
leen entretenidos con cualquier programa de televisión o las aplicaciones del
móvil.
Las palabras y las promesas de
Dios no pasan y al que no quiera escucharlas se le pedirá cuentas el último día,
porque ese último día siempre llegará y a todos aquellos que las escucharon y
se esforzaron por cumplirlas entrarán en la eterna bienaventuranza, esa en la
que muchos han dejado de creer para su daño.
Si es que ha llegado a leerme
hasta aquí, es posible que abandone su lectura tachándola de aburrida, de
ilusoria, de engañosa. Por favor, piense que existe un Dios que le ha regalado
la vida y vida no hay más que una y será una locura desperdiciarla.
Aunque nos vendan todos los
adelantos del mundo, ninguno nos librará de la muerte y lo que es más grave, de
la vida futura de la vida sin fin.
No creamos a quienes nos dicen
que después de la muerte no hay nada. Ya sería un gran fracaso haber vivido muchos
años para que todo quede en unas pocas cenizas, pero si hay otra existencia feliz o desgraciada pero eterna, el
riesgo de no escuchar a Dios que nos ha hablado por medio de Jesucristo y de su
Iglesia, hay que valorarlo en toda su importancia.