Evangelizar al mundo tiene sus riesgos pero seguir al mundo
también.
Hace algún tiempo muchos
automóviles llevaban pegada en el cristal trasero una pegatina que decía “Todo
el mundo es bueno” o en plan más castizo “To er mundo e güeno”
Hoy ya no se ve esta pegatina, no
sé si es que el mundo ha dejado de ser bueno o que con esto del progresismo,
cualquier cosa, por descabellada que sea, nos parece normal, es decir: ni buena
ni mala. Hemos adoptado la actitud pasota del que todo le resbala.
Pero lo cierto es que nadie es bueno sino solo Dios. Chapoteamos
en nuestros vicios, en nuestros egoísmos, en nuestra abulia incapaz de
reaccionar ante lo que nos ofrecen nuestros ¿gobernantes? Protestamos por algunas cosas, pero sin
ningún convencimiento de que vayamos a conseguir lo que reivindicamos o lo que reivindican
los que encabezan la protesta, en una especie de ritual de desocupados o
liberados, que entorpecen la circulación de los demás ciudadanos.
Algunas veces las manifestaciones
están organizadas por profesionales de la algarada y pueden terminar
incendiando los contenedores de basura y otros desmanes que luego pagamos todos
los ciudadanos. ¿Progreso?
En la misa del domingo se leyó lo
que dijo Juan el Bautista de Jesús: este es el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo. El sacrificio de este cordero es lo que quita el
pecado del mundo, pero quizás no nos enteramos de que quienes decimos seguir a
Jesús también vamos a ser perseguidos y sacrificados si señalamos los pecados
del mundo, por eso preferimos llegar a más de una componenda con quienes
ostentan el poder político, el poder pecaminoso que quiere imponernos sus
valores, que trata de adoctrinarnos para que obedezcamos, desde el jardín de
infancia. (Antes el adoctrinamiento comenzaba en la Universidad).
Recuerdo cuando muchos cristianos
nos entusiasmaba la idea de trabajar “por un mundo mejor” pero me apena que en
lugar de cristianizar el mundo nos hemos mundanizado. No hemos tenido mucho
éxito en anunciar a la gente el evangelio, quizás hemos creado múltiples
entidades caritativas, pero nuestras iglesias están cada día más vacías.
Los conventos que se cierran y se
convierten en hoteles son una pista de lo que nos pasa. Hemos dejado de
utilizar la mejor de nuestras armas: la
oración, la que utilizaba Jesús, que se retiraba a orar y pasaba las noches
en oración.
Hemos perdido nuestro tiempo en
cursos, planes y técnicas, que hemos publicitado y ofrecido en el mercado del
mundo y no parece haber dado mucho resultado. Nuestro manual de instrucciones lo tenemos en el evangelio, en su
esencial radicalidad y en el ejemplo de los santos, sin las confusas
elaboraciones de eruditos y teólogos de moda.
Los cristianos podemos ser la
levadura en la masa si nos tomamos en serio el mensaje liberador del evangelio
y lo acreditamos con nuestras propias vidas o por el contrario optamos por este
mundo cuyos progresos nunca nos podrán librar de la muerte, ni de la cuenta que
hemos de darle a quien nos dio la vida, la voluntad y la libertad.