La vida es un regalo
que no sabemos agradecer.
No deja de ser curioso que nos
pronunciemos por la salvación del planeta, incluso invocando a la Pachamama, y
nos consideremos culpables de que se derrumbe un glaciar o pueda desaparecer
alguna especie rara de lagartija o salamandra.
Forma todo ello parte de la
actitud “progre” que trata de convencernos de que nuestra voluntad está por
encima de todo, que todo depende de nuestra omnímoda libertad que no reconoce
nuestra propia limitación. No concebimos la libertad como un don, un regalo,
recibido de Alguien que está muy por encima de nuestra radical pobreza. Un día
empezamos a vivir, otro moriremos y otro seremos olvidados.
Miramos la creación y pensamos
que, con nuestra ciencia, podremos hacerlo mejor y nos ponemos a enumerar
nuestras victorias sobre la enfermedad que se han ido acumulando en el
transcurso de los siglos. Pero nadie a fuerza de discursos podrá añadir un codo
a su estatura.
Nosotros y la mayor parte de los
animales somos machos o hembras, pero como ello no depende de nuestra voluntad,
sino de la biología, pretendemos modificarlo a nuestro antojo.
Quizás cuando Simone de Beauvoir
dijo aquello de que no eres mujer sino
te han hecho mujer, quizás reflexionaba sobre las tareas que recaían sobre
las mujeres y que a ella no le parecían bien. Pero la magnífica tarea de
transmitir la vida no me parece una carga sino un extraordinario privilegio de
la mujer que comparte con todos los seres vivos.
Pues sobre estas palabras de Doña
Simona se ha montado el gran escándalo (y el gran negocio) del aborto, de la
ideología de género, que trata de convencer a la gente de que pueden decidir si
ser machos o hembras o cualquier otra cosa, de la lucha de sexos como un nuevo
intento revolucionario neo-marxista.
El satánico consejo: no hagáis
caso de Dios sino gustad de la fruta prohibida,
la de la ciencia del bien y del mal, y seréis como dioses, como ha quedado escrito
en el primer libro de la biblia, seguimos escuchándolo y haciéndole caso.
Ahora nos hemos sacado de la
manga que todo ha de ser pensado y dirigido por nosotros, con nuestro
entendimiento y libertad, sin darnos cuenta de que tales cosas, junto con la
misma vida, son un don gratuito que hemos recibido por amor.
Cualquiera que contemple el
caldero de despojos de una clínica abortista, tiene que estar muy endurecido si
no se le revuelve el estomago y sigue diciendo que eso está bien.
Hay testimonios de los que se han
arrepentido de cambiar de sexo pero los gobernantes que han dictado esas leyes
inicuas, multan y persiguen a los que tratan de ayudarles.
Hay que reconocer que desde que
nos creemos libres para hacer lo que nos apetezca, sin cortapisas, el mundo va
mucho peor. Envejecemos sin esperanza, hay más mascotas que niños, buena parte
de nuestros pueblos están vacíos, la institución familiar está en crisis, hay
más sexo que amor…
Podemos seguir votando y creyendo
que las papeletas que metamos en las urnas van a resolver algo. Pues no lo creo
ya que nuestra enfermedad es mucho más honda: queremos ser nuestros propios
dioses y olvidarnos de Dios.