Cuando no sabemos lo que nos
traerá el mañana no hay que preocuparse que ya llegará.
Cuando me dispongo a escribir mi
artículo semanal tengo como ruido de fondo una de las variadas y parecidas
tertulias de la tele hablando de la sentencia del “proces” que seguramente no han tenido tiempo de leer, salvo las
filtraciones interesadas ¡qué vaya usted a saber!
Cuando tenga la oportunidad de
leerme los 500 folios de la sentencia puede que opine algo o mejor me calle
pues nadie me ha dado vela en este entierro.
El otro tema en candelero es la
exhumación de Franco que me hace recordar un libro, creo de Azcona, titulado “Los muertos no se tocan, nene” o el
parte de Franco cuando acabo la guerra a la que habría que escribir un añadido:
“el sector rojo” ha conseguido su
primera victoria contra Franco, cuarenta y tantos años después y de forma
un tanto discutible.
Esta exhumación es un acto de
propaganda electoral ante el que la Junta Central calla como…p, muerta. Debe ser una ideica del cerebro de
Iván Redondo que no sé si le dará algún rédito electoral o no.
Lo que me resulta un tanto inconcebible
es que los obispos españoles, sucesores de todos aquellos que fueron fusilados
sin contemplaciones, no hayan sido capaces de decir nada quizás por miedo a que
el gobierno elimine la crucecita de la declaración de la renta o se empeñe en
cobrar el IBI a las catedrales y a todas las iglesias. Muy triste todo.
Ayer le di un vistazo a un viejo
libro de Díaz-Plaja: El español y los
siete pecados capitales. Seguramente muchos creerán que estos pecados han
sido descatalogados en el sínodo amazónico y ni siquiera se los saben.
El primer capítulo lo dedica a la
soberbia, -pecado y actitud- creo que sigue siendo actual, aunque los mejores
representantes de la soberbia eran, cuando escribía Diaz-Plaja, los que tenía
algún título de nobleza, puesto relevante en la política, la administración o
la cofradía de Semana Santa y que le espetaban a cualquiera: “usted no sabe con quién está hablando” y este cualquiera se
alejaba disculpándose, aunque él haría lo mismo cuando tropezara con alguien de
menor categoría.
Ahora los soberbios son los
políticos que, con escaso currículo, se sienten por encima
de todos los ciudadanos, los que le votaron y los que no, y si tienen apoyo
suficiente entre los diputados puede cargar al ciudadano con cualquier impuesto
u obligación y, lo que es más grave, nos imponga su manera de pensar, pasando
por encima de la Constitución, de la Biblia y lo que se presente ya sea memoria
histórica, ideología de género, educación obligatoria en lo afectivo-sexual a
nuestros hijos, etc. etc.
Otra clase de soberbios, cum
laude, son los opinadores de las
tertulias televisivas, que repiten, como cotorras argentinas, sus soflamas
en las que se adjudican etiquetas imborrables al resto de los mortales.
Algunos, para hacerme notar mi
vejez, me espetan: en tus tiempos tal y
cual. Aprovecho la ocasión para recordarles que mis tiempos son aquellos y estos, mientras que los de ellos solo
son estos y que muchas de las cosas de que presumen las conseguimos los de “aquellos
tiempos”. Ser viejo no es ninguna deshonra, a la hora de saber, les recuerdo el
viejo refrán: “Más sabe el diablo por
viejo que por diablo”.
Hasta la semana que viene.