CAMINEO.INFO.- Toda tu vida, María Santísima, es para tus hijos enseñanza y camino. Al meditar sobre tus días, tus pasos, palabras, silencios y gestos de amor, hallamos respuesta a nuestro dolor, nuestras dudas, tristeza o soledad. Desde tu ejemplo y compañía aprendemos a caminar, en el alma, los senderos de tu Hijo.
Y no sólo es tu vida la que nos enseña, Madre, sino también los hermosos regalos con que el Padre, enternecido de amor por tu gracia y fidelidad, te ha adornado.
Uno de esos regalos es tu Admirable Asunción. ¡Ay, Madre, cuánto me gustaría pedirte que me dejaras caminar cerca de ti en ese último día! Sí, ese último día tuyo entre nosotros en que el sol te habrá besado con más fuerza y las flores se deshicieron en perfumes para acompañarte… ¡Y los pájaros!!! Seguro se habrán alborotado en los árboles cercanos, acomodándose en los mejores sitios para deleitarte con sus gorjeos…
Madre, el más pequeño de los pajarillos es más digno que yo de hacerte compañía. Pero aún así, desde mi nada, mi alma se atreve a soñar que te despide en un mediodía pleno de perfumes y trinos.
- Hija, aunque me acompañases y despidieses, como tú dices, de poco te serviría si no intentas meditar el significado de este regalo de amor de Dios en tu propia vida.
-¿Cómo se hace eso Señora?
- Intentaré explicarte. Desde el día de la Asunción pude ser más plenamente madre de todos, fuera ya de los límites del tiempo. Y no solamente Madre para que me llames en los problemas temporales que te inquietan sino, por sobre todo, Madre para acompañarte en el camino hacia mi Hijo. Madre para que comprendas que, a cada instante, Dios te está dando oportunidades para que le descubras, para que te venzas en aquellos defectos que más opacan tu corazón. Quiero que un día todos estén aquí, en la gloria de Dios Padre. Poder abrazarlos y decirles cuanto les he amado, cuanto les amo.
- ¿Podré, entonces, abrazarte un día, María?
- Querida, eso no depende de mí, sino de ti. Yo puedo ayudarte y, de hecho, lo hago. Por ejemplo, te he dado a ti, a todos, el
Santo Escapulario del Carmen. Pero por sí mismo no puede salvarte. Eres tú la que debe conservarse, el mayor tiempo posible, en estado de gracia. Mi Hijo les ha dejado el Sacramento de la Reconciliación y se ha quedado con ustedes en la Eucaristía. Los medios están, hija. Pero, si los aprovechas o no, si los valoras o no, ésa es ya tu propia decisión. El camino es tuyo ¿comprendes? Nadie puede recorrerlo por ti. Y el camino es interior. Es más difícil para ti llegar a descubrir las profundidades de tu corazón que trepar una montaña para llegar a un santuario. Y muchas veces eliges la montaña ¡Y no te bastaría toda la cordillera si no te decidieras a conocerte a ti misma y cambiar de ti lo que te aleja de mi Hijo! ¿Puedes comprender?
- Ay Madrecita… cuánto debo caminar, aún, hacia los desconocidos paisajes de mi corazón.
- Debes saber que allí encontrarás cosas hermosas, como por ejemplo los dones que el Espíritu Santo te ha dado en el Santo Bautismo y aún no has utilizado. ¡Úsalos antes de que te sean quitados! También hallarás vanidades, egoísmos y rencores ¡Arráncalos antes de que te ahoguen! Entonces hija, estarás caminando hacia el corazón de Jesús. Hacia mi corazón. Ambos te esperamos al final del camino. Sé que no será tarea fácil, que algunas veces tendrás pequeñas victorias y otras sentirás que no puedes avanzar ni un paso. No te angusties hija, tú sólo mantén el deseo de caminar hacia Jesús, que Él te irá proveyendo los medios. Eres libre, hija. Nadie puede impedirte recorrer este camino. Aunque estés lisiada y postrada en una cama puedes realizar, dentro de ti, excursiones que no lograría el mejor de los alpinistas.
Voy comprendiendo, Madre, voy comprendiendo… poco a poco. No me es fácil, pero sé que estás allí, detrás de cada alegría y de cada dolor…. Se que tu Asunción es “una anticipación de la resurrección de los demás cristianos”(*). Y, al imaginarte en ese día pleno de trinos, flores y sol sereno, hallo las fuerzas para caminar según tus consejos.
Madre, debo ahora comenzar a armar la mochila para la peregrinación a mi interior. Para ello, consultaré con los que puedan aconsejarme. Hablare con mi sacerdote, le pediré su consejo y guía. Seguro me recomendará buenos libros que serán como carteles luminosos en medio de la noche señalando el camino. Además, no debo olvidar la mejor de las brújulas. El Santo Rosario.
- Ve, hija, ve. No tengas miedo. Alimenta tu alma con la Santa Eucaristía, y alivia tu carga con la Confesión. Sé que será éste el mejor de tus viajes.
Es hora de partir. Te abrazo con el alma y me sonríes.
- Feliz fiesta de la Asunción, Madre querida.
- Feliz viaje, hija mía.
(*)Catecismo de la Iglesia Católica