CAMINEO.INFO.- Madre mía, hace unos días he leído una meditación de San Agustín que dice: “No escuchemos en vano la invitación:” ¡Levantemos el Corazón!” Y con todo el corazón ascendamos a Él”… y allí me quedé, Madrecita, preguntadote: ¿Que es ascender a él?
Y me respondiste:
- Si ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes de arriba”(Col 3,1)
Te confieso, Madre, que creí comprender tu respuesta, pero ya no estoy segura. Por eso espero que, en esta Misa, le pidas a tu Esposo, el Espíritu Santo, que me ilumine el alma.
Mientras transcurre la Misa siento la paz de saber que mi oración ha sido escuchada.
Y llega el momento, antes de la Consagración y como preparación a ella, en que el sacerdote pronuncia las palabras:
- “Levantemos el corazón”
En ese momento mil preguntas me inundan el alma y, sin atinar a más, me postro a tus pies y te las presento, de una en una:
-¿Cómo puedo levantar mi corazón, Madre, si me pesa tanto por causa de mis miserias y pecados? ¿Cómo puedo levantarlo si veo que tiene raíces demasiado profundas en las cosas de la tierra?
El tiempo se ha detenido en la Parroquia de Luján. No puedo responder al sacerdote si tú, Madre, no me explicas.
- Hija mía- y mi alma se calma y escucha- como lees en San Pablo (Col 3,1), levantar el corazón es deleitarse en los bienes de arriba, no en los de la tierra.
- Pero, Madre, no todo en mi corazón es anhelo de cielo… Hay demasiadas mezquindades con que me apego a la tierra.
- Comprendo, hija. Lo sientes tan pesado que no puede elevarse por sí mismo.
- ¿No tengo esperanza, entonces?
Y tu mirada sonríe y puedo sentir el océano de misericordia de tu Corazón, dulce Reina y Madre de Misericordia…
- Nada de eso, hija, si tu corazón no sube solo pues, súbelo tu, alto, muy alto…
-¿Qué tan alto, Madrecita? ¡No llego, no puedo!…
Y tu respuesta alegre me asombra el alma:
- Busca un sicómoro, ¡Vamos, trepa!, alto, como Zaqueo, y quédate en espera para que Jesús Eucaristía te diga: “Hoy me hospedaré en tu casa”
-¿Un sicómoro, Madre? Estamos dentro de la Parroquia ¡No hay sicómoros aquí!.. Ay, Madre, sé más explícita que tu torpe hija no te comprende.
Y me tiendes las manos para hacerme “pie”, como me hacía mi padre para ayudarme a trepar a un árbol.
- Ven hija ¡Trepa a mi Corazón!
-¡Madre! ¡Claro! ¡Tu Corazón! Sí, solo tú puedes elevar mi corazón lo suficientemente alto...
Y levanto mi corazón hasta el Tuyo, pongo mi corazón en el Tuyo.
Ahora sí puedo responder al sacerdote:
- “Lo tenemos levantado hacia el Señor”.
Madre, tú llevas mi corazón hasta donde Cristo ya ha llegado. Y allí me quedo, de tu mano…
Se acerca el momento de la Consagración. Con mi corazón en el Tuyo veo que estamos alto, muy alto, pues sólo desde tan alto puede adorarse plenamente a Jesús Eucaristía…
Sólo desde tan alto el alma puede rendirse ante un milagro cotidiano y conocido, pero jamás comprendido plenamente en su más profunda esencia…
Alto, Madre… mi corazón está alto… Sin embargo, sigo parada en el piso de la parroquia.
- La altura es interior, hija. Es un subir del alma para expresar su más profunda gratitud por tan grande amor…
Me preparo para recibir a Jesús bajo la apariencia de pan. Estoy en tu Corazón, Madre ¿Qué mejor lugar para recibirle?
Allí entregaré a Jesús a su Madre “que lo recibirá amorosamente, le colorará honrosamente, le adorará profundamente, le amará perfectamente, le abrazará estrechamente y le rendirá, en espíritu y en verdad, muchos obsequios que en nuestras espesas tinieblas nos son desconocidos”(San Luis María Grignion de Montfort)
“Levantemos el corazón”. Apenas si empiezo a comprender la magnitud de la propuesta.
“Lo tenemos levantado hacia el Señor” Apenas si empiezo a comprender la magnitud de tal respuesta. Madre… poco a poco voy comprendiendo cuán profundas son las palabras, los actos, los gestos de la Misa. Pide a Jesús me perdone por todas las veces que respondí mecánicamente, sin pensar.
Amigo, amiga que lees estas líneas, cuando escuches la propuesta “Levantemos el corazón” tómate fuerte de la mano de María y pídele que te asista. Tu corazón puede alcanzar alturas no imaginadas, aunque tus pies sigan pegados al piso de la Parroquia