CAMINEO.INFO.- - Señora mía- te susurro despacito al alma mientras entro a la Parroquia- Cuanto quisiera que mi alma fuese un cuaderno en blanco donde tu escribieras cartas de amor a Tu Hijo, donde Él leyera tus sentimientos puros y santos, y no los míos, mezquinos y vagos…
Mi alma, un cuaderno en blanco para ti, Señora ¿Podré?
Y como siempre tu respuesta perfumando el alma…
Llega y asombra.
Una señora de la Parroquia me pide hacer la Primera Lectura.
Entro a la Sacristía y allí, desde un antiguo cuadro, me llamas:
- Ven, quiero mostrarte algo.
Y mi corazón se admira ante la enseñanza de amor que descansa sobre la mesa.
El copón vacío y la Hostia sin consagrar están a la espera.
-Explícame, Madre.
Contemplo la sencilla “cuna de harina blanca” y trato de hallar una enseñanza. Y tú, Madre, hallas en mi alma una hoja en blanco y allí escribes:
- Hija mía, pronto, en la Misa, ese trozo de pan dejará de serlo, aunque lo siga pareciendo exteriormente, y se transformará en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo. Dejará de ser lo que es, aunque lo parezca, para ser Cristo ¿comprendes?
- Madre, entonces ¿Eso es lo que quiso decir San Pablo cuando expresaba “ya no yo, sino Cristo que vive en mi”
- Si, hijita, esta es la propuesta de amor: que tengas la humildad y docilidad de este trozo de pan y dejes que tu corazón se torne semejante al Corazón de Cristo.
Madre, me pides que me haga pequeña… pan…
La Misa ha comenzado. El pan es silencio y el silencio es pan del alma.
El pan descansa en el altar. Madre, ayúdame a colocar mi corazón junto al pan.
Y vienen a mi alma las palabras de mi Consagración: “Madre, pongo mi corazón en el Tuyo, para que allí Cristo, por medio del Espíritu Santo, tome completa posesión del mío y lo haga semejante al Suyo, para que pueda amar y glorificar al Padre en mí, y pasar de nuevo por el mundo haciendo el bien”
Ya es el tiempo, Madre, ya es el tiempo.
El sacerdote toma entre sus manos el pan y comienza a pronunciar las palabras Santas. : “… Tomad y comed todos de él…” y por la efusión del Espíritu Santo el pan ya no es pan, sino el mismo Cristo.
Palabras. Elevación. Milagro.
Y el milagro llega a mí. El milagro se hace en mí, porque ¿Qué menos que un milagro es tenerte en mí, Señor?
Y entonces San Pablo vuelve a pronunciar esa frase que tanto, tanto me había costado comprender “…ya no yo, sino Cristo que vive en mí”.
¡Oh dulce huésped del alma! Que has llegado a mí al recibirte en la Eucaristía… ¡Oh amado Jesús que me enseñas a ser humilde y pan! ¡Oh Pan perfecto del alma!... Quédate conmigo, Maestro, quédate en mi corazón…
Y extiendo mi mano para tomar la tuya, María y mi corazón es una súplica:
- Enséñame a hospedarle, Madre! ¡Enséñame a tener el corazón en tal disposición que Él se halle complacido en mi! ¡Déjame tener siempre mi corazón en el Tuyo, Madrecita!
Y tu mano, María, aprieta la mía y es respuesta…
Me miras serena desde tu imagen de Luján…
Y así, abrazada a Jesús y en Tu Corazón, voy regresando a casa…
“…ya no yo, sino Cristo que vive en mí” ¿Cuánto tiempo, María? No lo sé. Un momento. Un día. Una semana… No lo sé… Pero no me inquieto, Madre, porque Tu Hijo me espera, misericordioso, en el Confesionario, y con mil abrazos para el alma, en la Eucaristía.
De tu mano, María Santísima sé que no dejaré en el olvido tan bellas expresiones del más alto Amor.
Amiga mía, amigo mío, que lees este pequeño relato, las palabras de San Pablo se despliegan ante ti. Para hacerlas tuyas basta con que acostumbres tu alma a los más bellos pasos: Confesión y Eucaristía.
NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."