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En el capitulo 9:4 del Apocalipsis,El Señor manda exterminar, porque ha llegado el tiempo, pero hay una consigna: No hagais daño a la hierba, ni a los árboles.
Esto, para un ecologista metido a religioso suena, a que hasta Dios le interesan las plantas, pero no es así. Esas plantas tan frágiles como la hierba, que si le falta el agua se seca, eso árboles, que no pueden huir de sus enemigos, ni de sus circunstancias (de la voluntad de Dios), ni buscarse la vida en otra zona mas favorable, son el pueblo de Dios, sus criaturas, plantadas por el Creador, esos seres somos tu y yo, o sea los cristianos, que parecen abandonados por las fuerzas externas frente a las coyunturas laborales y económicas. Que se muestran tan frágiles y tan fuertes antes la adversidad, cuya disposición a la voluntad de Dios nos ha llevado a tener una superfamilia numerosa, pasando por tantas vicisitudes, que me resulta difícil no llorar al recordarlas. Por eso, me ha gustado escribir sobre los árboles de la creación, y creedme, me tengo que contener para no meter toda la vida y la escritura, después de sentirme nada como hierba o más fuerte como árbol ante un vendaval de sufrimiento.
También resulta importante el aspecto del fuego. ¿Por qué Dios se manifiesta en el fuego de la zarza?Ex 3,2ello tiene muchas vertientes:
La zarza arde porque Dios esta en ella y por ello el fuego no se apaga porque el fuego es imagen del Dios eterno, sin tiempo. Nada más representativo de Dios que el fuego que es vigoroso, fuerte, poderoso, superior al hombre y a su naturaleza humana.
El fuego es imagen del celo por las cosas del Señor, que llevan los profetas y los creyentes, en medio de las tempestades profanas, del mundo que nos rodea.
En el éxodo, aparece Dios como columna de fuego, entre su pueblo y los perseguidores egipcios, Nehemias 9,19 como lo hace la palabra de Dios respecto al paganismo que queda disociado. El fuego es guía y conduce al pueblo hacia la tierra prometida e ilumina el camino de Moisés, como lo hace la palabra para nosotros.
Como fuego aparece Dios a Moisés en medio del Sinaí, relámpagos, truenos, tormenta, fuego y humo rodean la magnificencia de Dios, ante la cual la tierra tiembla y se estremece.
El fuego da calor al hombre, en las frías noches de la vida de la fe, cuando estamos destrozados, y se nos hace presente la muerte, o la infelicidad, la enfermedad, la limitación crónica que nos rodea y estrangula, en medio de la aspereza por ejemplo, del odio de un hermano que no nos soporta o de la propia mujer. O cuando detectamos la infidelidad del otro, o detrás de la soledad de nuestro ser, cuando todos los pecados se hacen presentes, y nos ahogan y se asfixia nuestra esperanza, donde ya no vemos posibilidades de cambio nuestro o el de los otros, que tanto daño nos hace.
También la oración es como el fuego. Que enciende la llama siempre erguida, que siempre sube hacia arriba, donde está el Señor, desafiando la gravedad que nos hunde en la tierra, en la realidad donde nos arrastran los pecados, que pretenden negar que algo no está sometido a la gravedad, y decir que el espíritu no existe. Por eso las ofrendas se hacían con fuego, elemento que decide consumir "el solo" sin intervención humana, de forma unilateral la victima sacrificada, como lo hace Dios en las Alianzas, consumiendo los animales. Lev 6,2-6y 1ª Rey 18,38 y 1ª Cro 21,26 y 7,1. 2ª Mcb 2,10
Por eso el sufrimiento, la pasión de Cristo, es y será como un fuego purificador, que lo es en sufrimiento para Cristo y como bálsamo de cura para el cristiano.
Otro aspecto del fuego es el crisol, horno donde arden nuestros pecados y son purificados. En el crisol se separan el metal de la ganga, y se purifica nuestro ser de todo lo accesorio, lo que no es oro Eclesiástico 2, 5-9. Por eso el fuego nos hace sufrir, al extraernos todo lo que nos mancha, al separarse las incredulidades, las sensualidades, los egoísmos, los protagonismos, las vanidades, etc. etc. etc. adheridas a nuestro ser, como un lastre que nos sumerge en la muerte.
Cuando la herida se quemaba, se purificaba de elementos impuros e infecciones. Por ello el fuego de Dios, como la vida sagrada nos purifica. Así dice la escritura, hemos sido bautizados con el agua, pero nos espera un bautismo de fuego, en todo nuestro caminar hasta la tierra prometida, a imagen del Éxodo de nuestros padres, anticipo y premonición del que personalmente tendremos cada uno en nuestra vida.
Las lenguas de fuego, fueron la expresión y la presencia del Espíritu Santo que se depositó sobre los discípulos, confirmados en Apóstoles del Señor, a partir de ese momento como hermanos ya si de Jesús en la Caridad, que antes no pudieron sobrellevar, y que después de este momento, salieron para predicar la resurrección que estaba latente en el Judaísmo, pero que nadie había podido contemplar como real, y que los nuevos discípulos habían confirmado viendo las yagas de Cristo, y palpando su presencia después de muerto y enterrado, lo que les permite hablar con una convicción y certeza casi insultante para los doctores de Israel, a imagen del escepticismo que hoy contemplamos hasta en las nuevas teologías de hoy, que tan sabia y eruditamente conocen las doctrinas y que tan poco explicitan la verdadera y única razón del cristianismo que se expresa en los dos Mandamientos de la ley de Dios, y que nos convierten en cristianos doctos, pero ajenos al prójimo y a la caridad.Pero el verdadero espíritu de Jesús que late e ilumina a su Iglesia nos dota de una sabiduría necesaria para la vida, por encima de toda sabiduría humana, relegando las erudiciones a categoría de cultura humana, pseudo espiritual, al mejor estilo farisaico.
No podemos, dejar de omitir el aspecto más importante que representa el fuego, y ese es La Caridad. Como un fuego es este aspecto que lleva a Cristo a la Cruz, por amor a nosotros. Como un fuego inapagable han sido las acciones de los santos, que han portado al Señor y arrastrado a tantos a ponerse a bien con El, e incluso hasta los más resistentes escépticos acambiar de parecer. Vale la pena ver en la Casa de la Caridad de Teresa de Calcuta, lo que sucede con enfermos terminales agnósticos, que no se consideran ni animales, y que la blasfemia es el único piropo que les sale por la boca, como terminan por morir en Gracia de Dios, respirando una Paz que no habían tenido nunca, en medio de un estado físico destruido, gracias al Fuego Divino que las Hermanas de la Caridad, como Siervas de Dios han trascendido sin violentar al necesitado, hasta la presencia de Dios.
Finalmente, cuando el Señor extermine el mal, lo hará con fuego. Al que nada ni nadie puede resistir y por ello el Horno, será el estado último de los que se resisten a vivir según el Espíritu que Dios infundió al hombre.Donde nuestra esperanza es que adherirse a su clemencia ya es garantía de nuestra salvación, y tan solo el que lo rechace habitará en medio del fuego eterno. Judit 16,17. Eclesiástico 7-17
¡¡Que así sea!!.