No
parece fácil indicar en qué momento y con qué sentido empezó a circular
la expresión
“matrimonio igualitario” (o paritario), usada con frecuencia en debates
sobre leyes acerca del matrimonio. Seguramente tampoco será fácil
establecer si tal expresión tiene un significado condividido o si se usa
con diversos significados.
Lo
que sí resulta posible es afirmar que la noción de “matrimonio
igualitario” lleva
consigo la idea de que exista el “matrimonio no igualitario” o
“matrimonio inigualitario” o “matrimonio desigual”. También sobre estas
nociones podrá haber diversos sentidos y significados.
Pensemos
en un modo de entender el “matrimonio igualitario” como una expresión
usada
para defender el acceso a un pacto o acuerdo entre dos personas del
mismo sexo con derechos iguales a tal pacto o acuerdo entre dos personas
de sexo diferente.
Entender
así el “matrimonio igualitario” implicará que el “matrimonio desigual”
(o no
igualitario) sería aquel que no permita acceder al mismo a las personas
del mismo sexo. O también se podría entender como “matrimonio desigual”
a aquel que se diese solamente entre personas del sexo complementario,
diferente del otro matrimonio (el igualitario).
En
realidad, el espectro de posibilidades podría alargarse enormemente,
sobre todo desde
el presupuesto que gira alrededor de estas expresiones: la idea de que
hay leyes sobre el matrimonio justas, y otras injustas. Entonces el uso
del término “igualitario” connotaría la idea de afinidad a lo justo, por
lo que el término “no igualitario”, “no
paritario” o “desigual” estaría asociado a lo injusto.
De
este modo, los debates sobre el matrimonio que adoptan esta
terminología colocarían
a unos en cierta ventaja (los “igualitarios” serían los promotores de
la igualdad y los derechos para todos) y a otros en cierta desventaja
(los “no igualitarios” estarían defendiendo la desigualdad y la
privación de derechos para algunos).
Además,
estas expresiones orientan el debate desde la perspectiva de los deseos
individuales,
pero con ciertas exclusiones, como cuando se habla siempre de “pareja” y
se dejan a un lado otros deseos, como el de aquellos que preferirían
formas matrimoniales abiertas a otras preferencias, por ejemplo la
bigamia, la poligamia, la poliandria y otras posibles
(y reales en algunas culturas) formas de relaciones interpersonales
consideradas como matrimonio.
Ayudaría,
para que el panorama sea más claro, preguntar a quienes usan la
expresión
“matrimonio igualitario” (o expresiones afines), si con ella defienden
sólo la opción de un pacto matrimonial abierto a dos personas del mismo
sexo o de sexos diferentes, o si desearían incluir otros números y
figuras según los deseos de las personas.
Si
lo que se busca al defender el “matrimonio igualitario” es secundar los
deseos de
las personas, sin fijarse en el criterio “tradicional” que considera
contrayentes a quienes están abiertos a relaciones potencialmente
fecundas gracias a la complementariedad sexual, entonces, ¿bastaría
cualquier deseo para abrirse a otros tipos de uniones?
Las
preguntas pueden ser muchas. Lo que resulta claro es que las
discusiones sobre el
matrimonio implican modos de concebir la vida, la familia, la justicia,
el valor de los deseos individuales, que tienen consecuencias profundas
en toda la sociedad, y que pueden llevar a paradojas como las de
considerar igualitaria una ley que permite la unión
entre dos personas del mismo sexo según sus deseos, mientras se
considerarían como “no igualitarias” otros tipos de uniones que también
son objeto de deseo de algunas personas.
Más
allá de estas paradojas, ¿no sería oportuno reconocer que ciertas
instituciones
sociales no surgen simplemente según los deseos totalmente libres de
los individuos, sino que en el ámbito matrimonial existe una base
biológica y antropológica que explica la complementariedad y la apertura
a la fecundidad, y que apunta a reconocer en el
matrimonio entre un hombre y una mujer la expresión más genuina de
dicha complementariedad?