De vez en cuando se escuchan críticas con formulaciones parecidas a la siguiente: “claro, tú piensas así porque vives en un escritorio, pero no has visto como yo lo que ocurre en este tipo de situaciones”.
Esta crítica supone que quien está en un escritorio piensa de modo incompleto, distorsionado, insuficiente, desde premisas teóricas, mientras que quien está en la vida práctica lo hace de modo más completo, mejor orientado, desde lo real e inmediato.
En realidad, todos pensamos con elementos teóricos y prácticos, con imágenes y con ideas, con principios y con sentimientos, con experiencias y con libros.
Suponer, por lo tanto, que el hombre de experiencia supera al hombre de libros supone un prejuicio teórico... que va más allá de la misma experiencia, y que incurre en cierto modo en aquello que critica.
Porque nadie, nadie, piensa desde el aire. Habrá quien lo haga mejor o peor, quien tenga más profundidad o quien divague, quien razone según las modas o goce de una especial independencia respecto de su tiempo. Pero todos los que reflexionan y dan luego sus pareceres, utilizan ideas.
Vivimos atrapados por las ideas. Quien desea rechazarlas, piensa desde la idea de que es mejor pensar sin ideas. Quien supone ser superior a otros por sus actividades y por su historia personal acepta la idea de que la experiencia proporciona superioridad... lo cual es una nueva idea.
No podemos vivir sin ideas. Nos rodean por delante y por detrás, incluso cuando buscamos huir de ellas. Somos “prisioneros” de ellas, aunque con un espacio importante de “libertad”.
Sí, hay modos correctos para afrontar la cárcel de las ideas: analizarlas y ver cuáles son las que se aplican correctamente en esta situación concreta, y cuáles no se aplican. Lo cual, y aquí sí vale en parte (desde otra idea) lo que dicen los críticos, se consigue desde la experiencia... y desde un modo correcto de interpretarla.