¿Por qué hay personas que se unen entre sí? ¿De dónde surgen las naciones? ¿Qué es lo que permite que sobreviva un Estado?
Sin entrar en definiciones que implican muchas dificultades, podemos reconocer que hay caminos hacia la unidad cuando hay personas que condividen ideales comunes, participan en proyectos que les atraen, se reconocen en una historia, miran conjuntamente hacia el futuro, sienten un afecto que les acerca entre sí.
Más allá de las diferencias, algunas incluso de tipo lingüístico, cultural o de raza, ha habido, hay y habrá unidades porque es posible llegar a compartir una serie de elementos que construyen una vida comunitaria.
En primer lugar, el afecto. Porque no puede haber verdadera unidad si las personas tienen un pasaporte idéntico pero se desprecian entre sí. Como, al revés, con pasaportes distintos hay quienes se sienten unidos por un afecto profundo que va más allá de las fronteras.
Ese afecto puede tener muchos orígenes: de ideas, de luchas compartidas, de afinidad religiosa, de idioma, de cultura... Desde esos u otros orígenes, nos sentimos hermanados: formamos parte de una misma Patria, de una realidad que nos agrupa y nos lleva a ayudarnos mutuamente.
En segundo lugar, los ideales comunes. El afecto no basta, porque la unidad apunta a modos de pensar y ver la realidad que permiten redescubrir una afinidad intensa y rica, de ideas, de cultura, de valores.
En tercer lugar, se comparte una misma historia. Esa historia puede tener más o menos años, pero lo importante es el hecho de haber caminado juntos, de haber compartido realizaciones, de haberse defendido ante enemigos o participado en luchas comunes.
La historia común puede estar teñida de momentos oscuros, de traiciones y cobardías, de prepotencias y de agresiones hacia otros grupos inocentes. En esos casos, la unidad necesita ser purificada para evitar errores parecidos en futuro y para reparar juntos, cuando sea necesario, a quienes hayan sufrido por las culpas “de los nuestros”.
También habrá en esa historia, seguramente, momentos bellos, hazañas de justicia y empresas comunes de solidaridad, hacia quienes viven en un territorio común, y hacia otros pueblos necesitados de ayuda en algunas de sus dificultades.
La mirada hacia el futuro también es necesaria a la hora de construir y mantener la unidad. Esa mirada, si es sana, nace del deseo de integrar fuerzas para promover el desarrollo y para fomentar una cultura abierta a la justicia, a la verdad, al sano pensamiento, a la belleza.
Frente a quienes instigan a divisiones y odios dentro o fuera de sus fronteras, es posible adoptar actitudes y promover ideas que refuercen o inicien caminos de unidad, de armonía, de solidaridad, de auténtica simpatía. Así ocurre en tantos Estados buenos, en naciones que saben destruir muros y construir puentes, más allá de diferencias culturales o idiomáticas que pueden ser acogidas en un proyecto de convivencia capaz de durar por décadas e incluso por siglos