Hay mentes que analizan la historia como si hubiera líneas que separan épocas diferentes. Escogen aquellos momentos que dividirían cada periodo entre un "antes" y un "después".
¿Por qué? Porque desean entender lo que caracteriza a un periodo histórico y lo distingue de otro. En cierto modo, buscan señales que sirvan para entender los cambios más radicales a lo largo del tiempo.
Así, se distingue entre la Roma republicana y la Roma imperial, el mundo clásico antiguo y el mundo medieval, la Edad Media y el Renacimiento, la América precolombina y la América hispana, el mundo moderno y el mundo contemporáneo.
La lista podría hacerse larguísima. El método suele ser siempre el mismo. Se asume que gracias a un acontecimiento decisivo o a una serie de cambios concretos termina una época y se inicia otra. Incluso ahora: ¿podemos decir que estamos entrando de lleno a la era de Internet y abandonando otra época?
Aunque desde el punto de vista del historiador y de tantas otras personas que trabajan por establecer diferencias claras entre una época y otra, la realidad no es tan sencilla. ¿Por qué? Porque en los "momentos" de cambio conviven con mayor o menor complejidad las características de lo antiguo y de lo nuevo, como señalaba Jacques Le Goff en una obra publicada pocos meses antes de morir.
Los cambios de época se producen desde líneas de continuidad y desde novedades, pero sin saltos radicales. Una bomba atómica puede quedar impresa en la mente de muchos, pero no destruye una época ni inicia una nueva fase de la historia. En cambio, nuevas ideas y comportamientos aceptados por mayorías provocan maneras diferentes de vivir, producen paulatinos cambios de época.
¿Estamos ahora en un cambio de época? Para responder hace falta distanciarse en el tiempo y adoptar una actitud reflexiva y seria. Lo que parece claro es que cada ser humano camina desde tradiciones consolidadas y novedades que enriquecen o rompen con el pasado, que provocan daños e injusticias o que permiten abrir caminos hacia el bien, la verdad y la belleza