La caricatura resalta unos aspectos y deja en la sombra otros. Deforma deliberadamente. Provoca una sensación de ridículo. Abre espacios a la risa, a la crítica, a la compasión o al desprecio.
El método de caricaturizar gusta a los amigos de las críticas. Con pocas pinceladas crean un fantasma fácilmente vulnerable. Describen a una persona con comportamientos extraños o negativos. Luego, las flechas están listas: el fantasma puede ser herido fácilmente por su alta vulnerabilidad.
Sin embargo, las caricaturas no permiten conocen realmente lo que hay en un corazón humano. Aquel personaje, pintado como un avaro miserable, tiene un fondo bueno y lucha cada día por ser generoso. Aquel otro, que es presentado como una especie de “lengua de serpiente”, también tiene momentos de arrepentimiento y busca defender a seres inocentes. El de más allá, que vive subyugado por el alcoholismo, encuentra momentos durante la semana para ir a visitar enfermos.
El ser humano es siempre mucho más grande y más misterioso que las caricaturas que podamos elaborar sobre su vida, su psicología, sus acciones. En cada uno hay un tesoro de libertad y unas inmensas posibilidades de cambio. Más allá de las etiquetas, de los esteriotipos, de las elaboraciones irónicas, vibra un corazón que busca menos críticas y más afecto para salir adelante.
Mientras algunos disfrutan al construir fantasmas y divulgar caricaturas parciales y engañosas de hombres y mujeres de nuestro tiempo, hay otros que saben ver más allá de las críticas baratas o incluso de los defectos reales.
Desde la mirada de un afecto sincero y de una comprensión justa y equilibrada, es posible asomarnos a la belleza de un alma, que vale tanto que hasta Dios mismo le dio la existencia y quiso ofrecerle la salvación con la muerte de Cristo en el Calvario…