Las mentiras producen daños. En quien las dice, por la herida que abre en su conciencia. En quienes las escuchan, al descubrir la mentira o al vivir arrastrados por ella durante meses o años. Pero también producen daño las medias verdades.
¿Por qué? Porque señalar un aspecto verdadero de la realidad dejando de lado otros distorsiona la perspectiva, empequeñece la visión, desenfoca y arrastra hacia la parcialidad.
Tomemos un libro de historia que exalta la importancia de una batalla. Unos son declarados "buenos" porque defendían, según el historiador, una causa justa. Otros son declarados "malos" porque luchaban a favor de una injusticia. El reduccionismo está listo: porque quizá era cierto que la causa de unos era buena y la de los otros mala; pero así el lector no percibe que en ambos lados de la batalla se cometieron actos de heroísmo e injusticias muy dañinas.
La realidad de cualquier hecho humano, desde lo que ocurre en el seno de una familia hasta lo que se decide en un gobierno para el bien o para el mal de todo el Estado, es sumamente compleja y llena de aristas. La tendencia humana a reducirlo todo a unas pinceladas y a dejar de lado lo que resulta difícil de indagar o de reconocer provoca esas distorsiones que llenan el mundo de medias verdades que al final provocan grandes engaños.
No resulta fácil ir más allá de las medias verdades, porque muchas veces ni hay tiempo para una investigación sería ni hay posibilidad de acceder a todos los aspectos que componen el mosaico de cada evento. Pero sí es posible tomar conciencia de lo difícil que resulta conocer el pasado y el presente, para evitar reduccionismos fáciles e interpretaciones claramente distorsionadas.
El mejor antídoto ante el veneno de las medias verdades consiste en un sencillo y valiente acto de apertura intelectual. Sólo así dejaremos de lado lecturas engañosas del pasado, para adoptar un socrático reconocimiento de la propia ignorancia: aún queda mucho por investigar para tener ideas más completas sobre tantos hechos del acontecer humano.