Hay muchos tipos de falacia. Algunas simpáticas, otras casi ridículas. Unas son más sofisticadas, otras consiguen un gran impacto en los debates.
Entre tantas falacias, existe un tipo que merece una atención especial: la falacia de la falacia al cuadrado.
Para acercarnos a este tipo poco conocido de falacia, observemos primero algunas falacias “clásicas” que se detectan con rapidez.
Alguien afirma: los gatos tienen bigote, algunos señores tienen bigote, por lo tanto algunos gatos son señores (o algunos señores son gatos).
Veamos otro ejemplo: el aborto está legalizado en muchos países, por lo que se trata de algo bueno. El argumento, en su brevedad, supone que lo que está legalizado es bueno automáticamente, lo cual es falso. Por lo mismo, el argumento incurre en falacia, algo que no admitirán los defensores del aborto (los que sepan algo de lógica sí descubrirán la falacia).
Falacias así, sencillas e incluso grotescas, suscitan una sonrisa. Otras son más sutiles y en un debate provocarían no pocas adhesiones.
Entre los críticos de la fe cristiana hay algunos que buscan ridiculizar a los creyentes acusándoles de usar falacias. Un ejemplo entre los muchos que se pueden aducir: los católicos creen que Cristo ha resucitado porque así lo afirma la Iglesia; pero la Iglesia cree que tiene la verdad porque Cristo ha resucitado. De este modo, señala en seguida el crítico, la Iglesia incurre en un círculo vicioso, una argumentación incorrecta, una falacia.
Este tipo de críticos suelen dan un paso ulterior: los creyentes basan sus creencias en falacias, luego lo que creen es falso. De este modo, usan un argumento curioso que incurre en el defecto que ellos mismos critican: una falacia.
¿Dónde reside la falacia de este tipo de crítica? En dos premisas que pueden darse unidas o por separado. Una consiste en suponer que lo afirmado a partir de una falacia es automáticamente falso. Otra lleva a pensar que quien usa una falacia pierde credibilidad no sólo respecto de esa falacia sino respecto de cualquier otra afirmación que ofrezca.
Veamos esas dos premisas por separado. No hay que conocer mucha lógica para descubrir que un razonamiento puede estar construido sobre una falacia y llegar a una conclusión verdadera.
Un ejemplo entre los muchos que se podrían poner: los elefantes no son peces (premisa 1); los hombres no son peces (premisa 2); por lo tanto los hombres no son elefantes (conclusión). De las dos premisas no se obtiene la conclusión (el “por lo tanto” no se aplica en este caso); sin embargo, las tres frases son verdaderas. En otras palabras, decir que el argumento es falaz no permite concluir que su conclusión (o que alguna de sus premisas) sea falsa.
Por lo mismo, existen falacias que ofrecen verdades, y decir que una falacia automáticamente contiene mentiras por ser falacia es, simplemente, falso.
La otra premisa consiste en decir que quien usa una falacia pierde toda credibilidad sobre cualquier otro tema. Pongamos un ejemplo: lo que no se ve es espiritual (premisa 1); no vemos el alma en los embriones (premisa 2); por lo tanto los embriones tienen un alma espiritual desde la concepción (conclusión).
El razonamiento parte de una premisa errónea (la premisa 1), y se construye forzadamente contra las reglas de la lógica (de las dos premisas no se puede llegar a la conclusión). Sin embargo, la conclusión es verdadera, aunque ahora no queremos fijarnos en esto, sino en el hecho de que alguien nos ha ofrecido una falacia.
Surge aquí la duda: ¿basta con haber dicho algo con una falacia para que una persona pierda totalmente su credibilidad? En otras palabras, si una persona usa en un momento concreto de su vida una falacia, ¿es automáticamente falso todo lo que diga? La respuesta es claramente negativa.
La falacia de la falacia al cuadrado, sin embargo, incurre en este tipo de errores. Sea porque supone un error en un razonamiento que llega a algo (verdadero), sea porque ve que una persona ha usado, con o sin culpa (dejamos de lado eso) una falacia, llega a la conclusión incorrecta de que todo lo que dice el otro necesariamente debería ser considerado como falso.
No procede así quien ama sinceramente no sólo los razonamientos bien usados, sino la misma verdad. Por eso resulta extraño ver cómo algunos críticos de los cristianos presumen por un lado de su rigor lógico y por otro usan la falacia de la falacia al cuadrado para acometer contra las creencias de los católicos.
Desde luego, sería un error declarar que el que usa este tipo de falacia se convierte “ipso facto” en una persona totalmente equivocada, pues pensar así significaría incurrir en la misma falacia del interlocutor. Por lo mismo, es bueno no abusar de la lógica ni descalificar al otro porque alguna vez usó una falacia.
Lo correcto, en cualquier discusión, es afinar los argumentos y, sobre todo, tener esa actitud empática que sabe ir más allá de los errores y las falacias ajenas para recorrer, juntos, ese camino que nos acerca a verdades que nos superan y nos unen.