Es uno de los grandes retos de toda educación: acompañar a alguien hacia una meta buena.
Sin embargo, no todos tienen clara la meta. Otras veces conocen la meta, pero no están seguros de que sea buena. Y muchos no saben cómo realizar el acompañamiento para que sea eficaz y adecuado a quien desean ayudar en su camino educativo.
A pesar de las dificultades, es posible iniciar el acompañamiento educativo. Lo primero será ver modos concretos para que la meta se convierta en algo claro y válido. En ese sentido, el cristianismo cuenta con una luz maravillosa: la meta ha sido manifestada por el mismo Dios, que nos enseñó el camino, la verdad y la vida.
Pero la meta, para llegar a ser concreta y viva, debe convertirse en luz que ilumina el camino, en ideal acogido cordialmente por el corazón. De lo contrario, puede quedar reducida a una propuesta entre tantas otras, incapaz de llegar al educando y empobrecida en la misma mente del educador que no comprende la belleza de lo que maneja entre manos.
Cuando la meta llega a ser algo claro y vibrante, la segunda etapa consistirá en ver cómo presentarla y hacerla aceptable a esta persona concreta. No pensemos sólo en los niños: también hay que saber presentar la meta a jóvenes y a adultos, muy necesitados de manos amigas y de compañeros de camino en tantos cruces y situaciones en las que perderse se ha convertido en una experiencia casi habitual.
Con una meta clara y con pistas para el camino, estamos listos para ponernos a trabajar, si bien no faltarán dificultades. La aventura educativa implica momentos de éxito y momentos de fracaso, avances y retrocesos.
El educador, si sabe serlo de verdad, no se desanimará. Una caída puede causar graves daños, pero el hombre conserva en su corazón energias y capacidades que permiten cambiar de ruta en todas las edades y situaciones
Algunos, por desgracia, no se sentirán con fuerzas para reiniciar el camino. Pero más allá de los fracasos, siempre es posible un paso nuevo y decidido hacia el destino final de la existencia humana con la ayuda más radical y profunda que podamos recibir: la que viene desde la gracia de Cristo Salvador.
Será entonces cuando brille de modo más intenso no sólo la meta buena que da sentido a la tarea educativa, sino esa certeza de que estamos acompañados, en todo momento, por una mano amiga que viene de lo alto y que nos conduce, suavemente, a la plenitud de toda existencia humana: vivir como hijos en el Hijo.