Hasta agosto de 2015 para no pocos millones de personas era desconocida la red social «Ashley Madison», una plataforma cuya finalidad era facilitar nuevas relaciones a personas ya comprometidas, las más de las veces casadas. Era la red social del adulterio oculto. Su lema lo dice todo «La vida es corta. Ten una aventura» («Life is short. Have an affair»).
Esa red social vino a pique cuando unos hackers publicaron más de 30 millones de datos de los usuarios de «Ashley Madison». El hecho puso al descubierto la penetración y alcance que la infidelidad ha llegado a tener en la era digital. Desde luego no se trata de algo «nuevo» pero sí es verdad que plataformas tecnológicas actuales como «Ashley Madison» han facilitado su difusión.
Estudios recientes de la «American Association for Marriage and Family Therapy» revelan que hasta en un 20% de los matrimonios hay algún tipo de infidelidad sexual. Otro 20% más es presa de algún vínculo emocional con otra persona que no es su esposo (a). ¿Y cómo andan las cosas en ámbito concretamente católico?
En una edición del semanario americano Our Sunday Visitor el doctor Gregory K. Popcak pone unos datos al descubierto: hasta un 83% de los matrimonios católicos cometen «infidelidades espirituales» (cf. «Spiritual infidelity: A crisis in Catholic marriage», 02.09.2015).
Por «infidelidad espiritual» se entiende un concepto mucho más amplio que el de «infidelidad sexual» o «infidelidad sentimental»: considerando las mutuas promesas que ambos esposos se prometieron el día del matrimonio y siendo que ese sacramento supone para los cónyuges convertirse el uno en ayuda del otro para llegar al cielo (lo que implica vivir la fe juntos: orar unidos, acudir juntos a misa, educar cristianamente a sus hijos, etc.), el incumplimiento de esas promesas de carácter espiritual se convierte en una «traición» que, a la larga, debilita el matrimonio y facilita otro tipo de infidelidades. Esa es la «infidelidad espiritual» individuada por Popcak.
¿Cuál es la base para llegar a esos porcentajes de «infidelidad espiritual? Un estudio realizado por el «Center for Applied Research in the Apostolate» de la Universidad de Georgetown y patrocinado por «The Holy Cross Family Ministries» muestra que apenas un 17% de los matrimonios católicos rezan juntos. Eso significa, según el doctor Popcak, que «en términos prácticos si una pareja católica no está compartiendo activamente su fe, adorando a Dios juntos, orando juntos, se cae en infidelidad espiritual al colocar algo distinto a Dios y la fe al centro de sus vidas». Y añade: «me parece que, por desgracia, los católicos dan por sentada la existencia de la infidelidad espiritual».
Para Popcak es algo altamente grave el que la mayoría de los esposos católicos no asuman que tienen algo qué esperar de su cónyuge en el campo de los compromisos espirituales mutuamente adquiridos como orar juntos o compartir la fe. Comenta que oye muchas veces esposas y esposos que dicen: «No puedo obligar a mi esposo (a) a ir a la iglesia» o «no puedo hacer que mi cónyuge ore». Y refiere que ciertamente no se trata de forzar a nadie a hacer nada; se trata de invitar permanentemente a la pareja a ser fieles a las promesas realizadas en el altar con la expectativa de que, al menos por respeto a su esposo (a), compartan un momento de oración significativo. No hacerlo sería como consentir abiertamente la «infidelidad espiritual».
El «sí quiero» pronunciado en el altar, teniendo a Dios como testigo, sería el fundamento que da a ambos cónyuges el derecho a esperar ciertas cosas, también en la vida espiritual de la otra parte del matrimonio